Parecería que una cosa implica a la otra, no así al
contrario, pero con demasiada frecuencia son excluyentes.
En esta época estival muchos son los que sólo pisan un velero para regatear, ni siquiera
para entrenarse. Llegan un par de horas antes de la salida y desembarcan en
cuanto vuelven al amarre tras la regata.
Algo bastante habitual en los regatistas ocasionales de
club.
Otros entrenan, compiten, a veces hacen algún trabajo a
bordo y poco más.
En el mejor de los casos vienen de la vela ligera, sin
embargo abundan los que han encontrado una afición tardía (nada criticable), aunque
empezar por “arriba” no suele ser lo idóneo.
En este caso pueden encontrarse algunos “nuevos”
armadores-patrones, que nunca han desempeñado otra labor a bordo que agarrarse
al timón, por lo que desconocen las dificultades con las que se puede enfrentar
cada uno de los tripulantes en la ejecución de sus funciones, siendo además, en
la mayoría de los casos los que más berrean en las maniobras.
Tampoco escasean,
dentro de este grupo, los que no se han leído el reglamento entero en su vida,
ocasionando con frecuencia grandes “pollos” en salidas y balizas.
Llama la atención, dentro de estos casos, los que se gastan
un pastón en velas de materiales sofisticados (a veces 3DL), o modifican los perfiles
de los apéndices o el lastre de su barco, muy preocupados por el rating, al que
no sacan partido, pues una mala maniobra, una cagada en la salida o una
trasluchada desastrosa les hace perder cuatro veces más que las ventajas que
puede suponer la inversión en material. Más les valdría navegar más.
No hay nada intrínsecamente malo en las regatas, es
emocionante ese gusanillo de la competición, la satisfacción de un buen trabajo
en equipo y sacarle el máximo partido al barco, independientemente del
resultado de la clasificación, pero, aun a riesgo de generalizar, en el
mundillo de las regatas hay mucho “mamoneo”, mucha tontería y mucho pesado que
aun horas después de haber terminado la regata siguen dando la tabarra
explicando sus maniobras y sus historias del día. Entendedme, es normal
comentar la jornada frente a una jarra de cerveza al terminar, pero todo tiene
un límite.
No voy a entrar en el tema de la vestimenta, pues
generalmente el “problema” está en la
actitud (como todo en la vida), pero aunque a muchos armadores les gusta uniformar
a su tripulación, bien porque sí, bien por el patrocinador, tampoco pasa nada
por vestirse de “persona” una vez en tierra.
La prensa rosa, gran parte de los directivos de clubes
náuticos, organizadores y “jefes de
prensa” de regatas (que en muchos casos ni son jefes, ni son prensa, ni se han
subido a un barco de regatas en su vida) también fomentan ese lado elitista,
rancio y trasnochado que desde siempre atufa al mundo de la navegación a vela y
que poco o nada tiene que ver con la mar.
Por supuesto no me refiero tanto a
las grandes competiciones, que también, como a los trofeíllos de club, algunos
de renombre, en los que hay más pijerío que navegantes.
Por todo esto, entre otras razones, ante la pregunta:
¿Regateas? Casi da vergüenza responder que te gusta navegar y aunque también regatees,
o lo hayas hecho, es preferible contestar, no, yo soy más de petanca.
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