domingo, 8 de junio de 2014

LA FRAGILIDAD DE LOS SUEÑOS.

Roland es un alemán algo atípico que decidió cumplir su sueño y echarse a la mar con su familia durante un tiempo. 
Para ello buscó un barco sólido y seguro que le permitiese llevar a cabo la aventura con cierto confort y seguridad para él y su familia. Encontró un viejo Jongert de 17 metros y casco de acero, lo reparó, acondicionó y fue equipando, supongo que no sin esfuerzo.
Salieron de Alemania rumbo al Canal de la Mancha, navegaron hasta Irlanda y volvieron al SW de Inglaterra, a Falmouth, donde pasaron el invierno. 
Su plan era navegar hasta Galicia, desde donde pretendían saltar hasta las Islas Azores y más tarde llegar hasta el Caribe, no sé si haciendo el camino inverso del habitual. 
El caso es que en Mayo zarparon de Falmouth rumbo a Galicia y recalaron en Espasante, en la Ría de Ortigueira.
Al parecer el “Ariane” se encontraba fondeado en la Bahía de Espasante cuando se rompió la cadena de su fondeo y el barco fue a encallar a las rocas, contra las que la mar vapuleó sus 27 toneladas abriéndole una vía de agua y rompiendo sus depósitos de gasoil. Litros de agua salada y gasoil inundaron el interior dando al traste con toda su instalación eléctrica, echando a perder seis de sus ocho baterías de gel, inutilizando el generador y destrozando el interior, además de daños estructurales.
Consiguieron reflotarlo y llevarlo hasta el cercano puerto de Cariño para hacerle una reparación de emergencia, lo justo para poder llegar al puerto de Sada donde se le podría hacer una reparación más a fondo.

El pasado miércoles al mediodía un taxi me dejaba en el muelle del puerto de Cariño, donde Roland me esperaba junto a su malogrado Ariane. 
Cuando uno piensa en un Jongert, piensa en un velero de lujo flamante y reluciente, con un armador en esa línea, pero no fue eso lo que encontré.
El barco daba pena verlo, estaba destrozado, se mantenía a flote gracias a una bomba de achique de 220v conectada a tierra, pero eso sí, el armador estaba en esa línea.
Me recibió con una sonrisa que incluía desesperación y cansancio, con un toque de frustración y tristeza. En fin, con cierto aire de naufrago.
Me explicó que no funcionaba nada eléctrico, es decir, no radio, no GPS, no piloto automático, no hélice de proa y no bomba de achique eléctrica, por lo que había que ir achicando manualmente cada poco tiempo.
Tampoco depósitos de gasoil. Se le metieron, amarrados en la sala de máquinas, dos bidones de 50 litros, de forma que cuando uno se agotara habría que cambiar los tubos de toma y retorno al otro bidón.

Lo normal es que un barco de esas características coja unos 8 nudos a motor, pero nada de eso, contra la mar y el viento apenas daba 3 nudos, aunque más tarde sin la mar de proa y ayudados por la mayor alcanzó los 5, incluso 6 nudos.
El interior apestaba a gasoil y se encontraba como si hubieran tirado una granada dentro y hubieran cerrado la puerta. Lo cierto es que el exterior tampoco estaba mucho mejor. Aunque en las fotos no parezca tanto.

Mientras Roland me contaba esto y visto lo visto volví la cabeza en busca del taxista, pero este ya había desaparecido. No quedaba otra, malo sería, así que pa lante.

Largamos amarras y dejamos el puerto de Cariño rumbo al cercano y siempre espectacular Cabo Ortegal.

Ya navegando le pregunté si tenía el pabellón. No lo encontraba. ¿y la documentación?... la del barco, incluso la de él se la había dejado en Espasante, donde le esperaba su familia.
Me preguntó si eso era muy importante…  No, pero tal y como estaba el barco,  éramos la viva estampa del narcotraficante y teníamos todas las papeletas para que nos parase la patrullera de la benemérita y si acaso también la de aduanas. Entonces me dijo que sólo había unos kilitos de “fariña e herbas”(traducción libre del autor)… je, humor alemán…

Doblamos Cabo Ortegal, pasando pegados a los Agullóns, e izamos la mayor. 


El génova no se podía desplegar pues el enrollador era eléctrico, la mesana tampoco, por no sé qué, y la trinqueta sólo entraba a partir de un ángulo de cuarenta grados, además la escora podía aumentar la entrada de agua.
En esas condiciones fuimos navegando, pasando bajo los acantilados de la Capelada, Punta Candelaria, Punta Frouxeira, Cabos Prior y Prioriño para adentrarnos en la Ría de Sada.
Mientras yo iba al timón él izaba la vela, comprobaba el nivel del agua, achicaba con la bomba manual y de vez en cuando comprobaba el nivel del gasoil metiendo un palo de madera en el bidón, para lo cual abríamos el suelo del puente, bajo el que se encontraba la sala de máquinas. Todo muy rupestre.
Al doblar Cabo Prior cambiamos los tubos del gasoil al otro bidón y tranquilamente llegamos a Sada a las 22:30 h, afortunadamente aquí en esta época del año a esas horas aún hay luz de día, pues evidentemente tampoco funcionaban las luces de navegación.



 Con el barco ya fuera del agua, habrá que hacerle un peritaje y empezar las reparaciones, que no serán pocas y supongo que irá para largo, lo mismo que los sueños de su armador… Una lástima por él, su familia y el Ariane, pues a pesar de todo es un barco precioso.