La luna de agosto en el mar
riela, al frescor de la noche, en un buen fondeadero de la Ría de Cedeira. Sentado en la popa fumando un cigarro, mientras la tripulación ya
duerme, me resisto a irme al catre aunque el cansancio acecha, a la espera de
las lágrimas de San Lorenzo mirando hacia Perseo. Pero no sé si por la
intensidad de la super luna o por la del super sueño inducido por el ribeiro de
la cena, finalmente no pude ver a las Perseidas.
Da igual, el disfrute ha
sido máximo aún sin la lluvia de estrellas y, como dijo el amigo JJ, uno se
siente un privilegiado, pequeño entre la inmensidad del mar y el firmamento.
Al amanecer un manto de nubes esconde el cielo, levamos el ancla y abandonamos la ría para navegar hacia el sur.
Quizá en la próxima noche se abra un hueco para ver llorar al cielo.
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