Llevaba unas semanas
esperando una ventana meteorológica que nos permitiera acompañar al Arpón hasta
su nuevo hogar en Lisboa, pero el viento del sur estuvo persistente durante
todo este tiempo, sólo alternado con unos pocos días de calma y un solo día de
norte que no resultaba suficiente.
Esta semana pasada se empezó a ver un cambio de viento a
norte para el sábado y que duraría unos cuantos días. ¡Por fin parecía que
podríamos zarpar!
Se terminaron los trabajos que se le hicieron al Arpón,
mientras uno de los nuevos armadores estuvo a bordo, pero el tiempo se le
acababa justo cuando Murphy decidió que
entraría el norte, así que para la travesía vino el otro armador y también un habitual compañero de travesías, y sin
embargo amigo mío.
Durante los últimos días revisé cuidadosamente las predicciones
meteorológicas y, aunque en lo esencial
permanecieron inalteradas, fueron cambiando algunas condiciones, como la bajada
repentina de temperaturas, el aumento de las lluvias y la altura de las olas.
El viento sería fuerte, pero no en exceso, la lluvia sería en forma de
chubascos ocasionales para el sábado, más persistentes el domingo y
desaparecerían para el lunes, fecha en la que esperábamos llegar a Lisboa. Uno
o dos días antes se activó alerta amarilla (la mínima) por altura de las olas,
que sin embargo para nuestra derrota no debía superar los tres metros,
asumible, pues aunque nos resultase algo incómoda durante las primeras horas, nos
vendría por la popa en cuanto doblásemos las Islas Sisargas.
Así las cosas, el viernes dejamos el barco listo para zarpar
y ya con cierta impaciencia por hacerlo, decidimos salir el sábado por la
mañana. Esperábamos una travesía rápida e intensa.
Nos vestimos de “mariachis” y antes de las 11:30h dejábamos
el puerto de Ares.
Izamos la mayor con sus dos rizos metidos, desplegamos medio
génova y pusimos rumbo hacia la salida de la Ría navegando de través. Todo muy
bien mientras permanecimos protegidos por la costa de barlovento, pero según
íbamos saliendo de la ría la mar de fondo se empezaba a hacer notar y las
rachas aumentaban en frecuencia e
intensidad.
El sol brillaba entre grandes claros, lo que destacaba la
llegada por barlovento de chubascos, delatados además por intensos arcoíris.
Un dicho local anuncia: “El que pasa La Marola, pasa la mar
toda”, y efectivamente, en cuanto dejamos atrás el islote que marca la salida
de la ría por su lado sur, la cosa se
fue animando.
Muy rápidamente las olas se hicieron grandes (4-5m, bastante
más de lo anunciado) y la mar desordenada. Nos entraba del través y algunas
rompían en la banda. El viento siguió arreciando, con rachas que calculo de
hasta 30 nudos (también bastante más de los 18-20 nudos anunciados). En ocasiones las predicciones meteorológicas no atinan en exceso.
En ese momento salía de la Ría de La Coruña un petrolero que en un
principio parecía que cruzaría nuestra derrota por la proa sin problema, pero
iba más lento de lo normal (acompañado del barco del práctico) y tuvimos que arribar para pasar por su popa.
Cuando
estábamos a unos 300 metros vimos llegar por barlovento un intensísimo
chubasco. Una mar blanca de la que ascendía una cortina opaca se acercaba muy
rápidamente y en unos segundos nos envolvió. La mar a nuestro alrededor se
aplanó y se tornó blanca al tiempo que un fuerte golpe de viento nos mantuvo
escorados aún con las velas largadas. Durante unos segundos la tromba de agua y
granizo nos llegó a ocultar al petrolero que teníamos justo en la proa.
En cuanto pasó lo fuerte del chubasco volvimos a cazar
escotas y continuamos navegando de través, pero la mar seguía creciendo y el
viento soplaba intenso y frío.
Al cabo de un rato empecé a pensar en lo que supondría
navegar en esas condiciones durante todo el día y más aún durante la noche,
cuando para la “Costa da Morte” se esperaban peores condiciones, habida cuenta
que teníamos dos días y medio por delante. Así que al primer comentario al
respecto por parte de la tripulación, y por consenso, decidimos dar media
vuelta y abortar la travesía hasta que mejorasen las condiciones.
No sin cierta dificultad viramos por avante y pusimos proa
hacia la ría, cuando nos encontrábamos al través de la Torre de Hércules.
Lástima que no estuviese para sacar la cámara mientras
estuvimos fuera de la ría, porque estaba bastante espectacular. Sin embargo, en
cuanto volvimos a estar al abrigo de la costa pudimos hacernos alguna foto como
recuerdo de este intento fallido de travesía.
Lo siento por Pedro y Jose Manuel, pero sé que fueron conscientes
de la situación.
Hay que ser humilde cuando la mar dice NO.
Ahora a esperar otra ventana de al menos tres días con
mejores condiciones, pero creo que no habrá que esperar mucho, pues el próximo
miércoles apunta maneras…