Nunca pensé que diría
esto, pero estoy algo saturado de barcos, sin embargo no tanto de navegar,
aunque un poco también.
La temporada estival, que comenzó en Junio, ha estado
plagada de salidas cortas por la Ría de Ares, Ferrol y Coruña, con algunas
pequeñas travesías tanto hacia el norte (Ría de Cedeira), como hacia el sur (Costa
da Morte y Rías Baixas), pero siempre por aguas archiconocidas para mí, lo que
reduce bastante el estímulo, no obstante…
Quizá estas hayan sido las últimas millas de la temporada
del Marola IV, las que nos llevaron durante tres días por las Rías Medias de la
Costa da Morte gallega.
Aún con una predicción meteorológica algo inestable tuvimos
bastante suerte, días calurosos con suaves brisas y una mar llana como pocas
veces se ve por aquí.
El sábado por la mañana zarpamos del Puerto de Sada hacia la
boca de la Ría para arrumbar hacia las Islas Sisargas. Una buena brisa del
norte nos permitió durante la mañana navegar de través a buena velocidad,
perseguidos por la popa por una formación de cumulonimbos que podrían suponer tormenta.
El viento se vino abajo al paso por las islas y continuamos
con motor y mayor hacia la Ría de Corme y Laxe.
En esta época del año se sigue viendo cierto tráfico de
veleros, básicamente extranjeros. Antes del cabo del Roncudo alcanzamos a un
ketch francés de un navegante solitario que bajaba lentamente y en cuanto
libramos los bajos que se encuentran frente al cabo y pusimos rumbo a Laxe el
francés siguió nuestra estela.
Llegamos al magnífico fondeadero entre la playa y el Puerto
de Laxe, donde ya había fondeados otros dos veleros, uno alemán, también de un
solitario, y otro francés. Al poco arribó el ketch, todos, en su estilo, barcos
preparados para la navegación de altura.
La tarde quedó magnífica, cálida y calma, invitando a darse
un baño en las frescas aguas del fondeadero. Se respiraba tranquilidad, sólo
las voces de algunos niños y familias que llegaban desde la playa y la rampa
del muelle. Apenas el leve romper del agua en la costa.
Más tarde desembarcamos los tres con la neumática en la
rampa del puerto para darnos una vuelta por el marinero pueblo de Laxe (otrora
“Portozás” J)
y cenar unos percebes como “carallos de home” del Roncudo.
De noche, de vuelta a bordo y tras agitar el “ardora” con el
dingui, no pude evitar quedarme un buen rato en cubierta. La brisa había rolado
al SE, como habían anunciado en el parte, cálida, con olor a tierra y a verde.
Por una banda las luces del pueblo y el destello verde de la
luz del espigón que protege el puerto por el norte, por la otra una luna recién
salida, menguante y ocasionalmente velada por alguna nube que llegaba del sur,
pero que dejaba su estela brillante en el
agua, y por la amura de babor las luces de fondeo de los otros tres
veleros.
A la mañana siguiente, tras el desayuno y algún pequeño
chubasco, dejamos el fondeadero, en el que sólo quedábamos dos de los cuatro
barcos, para dirigirnos a la vecina Ría de Muxía y Camariñas. Al dejar por
babor el faro de Punta Laxe arreció el viento del SE, permitiéndonos navegar en
una cómoda ceñida, sólo con el génova pero haciendo entre 7 y 8 nudos de
velocidad, a rumbo directo hacia Cabo
Vilán.
Al adentrarnos en la ría pusimos en principio proa hacia
Muxía, que nos recibía con una humareda de bombas de palenque, ya que eran las
fiestas de La Virgen de la Barca.
Cerca de la bocana del puerto estaba uno de los barcos con los que compartimos
fondeadero la noche anterior, el solitario alemán.
Los pantalanes del puerto deportivo de Muxía están muy bien,
es un amarradero altamente recomendable, excepto los días de las fiestas de la
Virgen (mediados de septiembre).
Bajamos a tierra en busca de un sitio para comer, pero era
tal el bullicio de gente y ruido que volvimos a bordo a comer y por la tarde
decidimos irnos a Camariñas, justo enfrente, en la otra orilla de la Ría.
Al llegar a la dársena del puerto había otros dos barcos
fondeados, un holandés y el ketch francés. Dado que las cabeceras de los
pantalanes estaban ocupadas y las pocas plazas que quedaban libres eran
pequeñas, fondeamos muy cerca, cuidando de dejar libre tanto el canal de
entrada hacia la dársena de los pequeños pesqueros como a la zona de los
grandes arrastreros y los deportivos del náutico de Camariñas.
Enfrente, el fondo de la Ría, con sus bosques verdes llegando
hasta el mar, sin apenas construcciones. Muy bonito.
Cayó otro baño, el jefe nunca perdona, y a última hora bajamos el dingui al agua y fuimos a tierra a tomar una cerveza y cenar, esta vez unas
buenísimas navajas y una deliciosa caldeirada de raya. En cuanto a las cenas,
la verdad, no hay queja J
En el restaurante, la elección del vino provocó que
entablásemos conversación con una agradable pareja de alemanes que hablaban un
perfectísimo castellano, muy de agradecer.
Sobremesa, brindis de despedida con aguardiente de hierbas,
¡”Prost”!, y retirada al barco.
De nuevo en cubierta con la brisa cálida, esperando la salida
de la luna en su juego del escondite con las nubes y después al catre.
Al poco
me despertó el ruido de lluvia en la cubierta, me levanté para cerrar algunas
escotillas, sin embargo enseguida paró y antes de acostarme volví a abrir el
portillo de mi camarote.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que el agua sobre mi
cara volvió a despertarme y cerré mi portillo. Pronto el calor me hizo salir
con unas colchonetas y el saco a dormir a cubierta, bajo la toldilla de la
bañera, donde se estaba mucho más agradablemente. Unos cuantos chubascos
fuertes más cayeron esa noche, pero ya cansado me limité a encogerme en mi saco
y a dormir, al fin y al cabo sólo era agua.
Cuatro gotas cayeron durante el desayuno pero poco a poco
fue abriendo dejándonos una magnífica mañana con buen viento del SE que nos
empujaría durante todo el día de vuelta.
En popa cerrada y a orejas de burro salimos por el canal
entre el bajo de las Quebrantas y tierra, antes de trasluchar para pasar
pegados al cantil de Cabo Vilán, por dentro de la piedra del Bufardo.
El Faro de Vilán, como siempre, majestuoso e imponente aún
en los días tranquilos.
En esta costa, el inusual viento SE viene de tierra y aunque
sople no llega a hacer ola, por lo que las condiciones de navegación fueron
espléndidas, mar rizada, una casi inapreciable mar de fondo del NW, viento
entre 12 y 17 nudos entrándonos por la aleta al principio, del través después de las Islas Sisargas, permitiéndonos hacer una
velocidad que oscilaba entre los 6 y los 9 nudos.
El cielo se fue cubriendo al mediodía, pero la temperatura
permaneció cálida.
Comimos al paso de las islas y a continuación la hora de la
siesta para dos tercios de la tripulación, es decir, disfrutando solo en
cubierta de la placentera navegación, con la proa ya apuntando a la Ría de Ares,
a algo menos de 20 millas, mientras por la
popa se alejaban las Islas Sisargas.
Entre Sabón y la Torre de Hércules unas maniobras de
Salvamento Marítimo, al tiempo que por
la proa se distinguían algunos chubascos aislados.
Pasada la torre coruñesa el viento se vino abajo definitivamente y nos adentramos a motor en la Ría, que más parecía un lago, arribando al Puerto de Sada a las seis de la tarde.
Pasada la torre coruñesa el viento se vino abajo definitivamente y nos adentramos a motor en la Ría, que más parecía un lago, arribando al Puerto de Sada a las seis de la tarde.
Sólo cuando ya estuvimos amarrados nos cayó un chubasco,
pero eso no enturbió el buen recuerdo de las que fueron, posiblemente, últimas millas de septiembre para el Marola IV.
No así para mí, que la próxima semana, seguramente, saldré hacia Lisboa,
pero eso será ya otra historia.
P.D.: No encendimos ni una sola vez el generador...
P.D.: No encendimos ni una sola vez el generador...
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