No era la primera vez en que por haches o por bes me fallaban los tripulantes a última hora, como en una de las travesías de este verano entre Ares y Vigo. Así que, sin mucho entusiasmo por mi parte y una vez más, me fui solo.
Hacía ya algún tiempo en que no navegaba en solitario y está bien hacerlo de vez en cuando para no oxidarse, además no se está tan con uno mismo como cuando se está solo en el mar, un “ejercicio” mental muy saludable.
Se presentaba una mañana luminosa, mientras salía de la ría rumbo a las Islas Sisargas, aunque a ratos se cubría el cielo de nubes altas.
La travesía, por archiconocida, se presentaba, a priori, con pocos alicientes. Los mismos cabos, el mismo mar, la ruta mil veces recorrida, pero que una vez en marcha siempre es interesante.
El viento, oscilando entre los 15 y los 20 nudos, siempre de proa… así que con motor avante y mayor arriba fui haciendo millas.
Con ese motor, el viento de la proa y su correspondiente ola, hace necesario navegar dando bordos para apoyarse en la vela mayor y así poder alcanzar una velocidad algo decente, poca, a lo sumo 5 nudos en los mejores momentos.
El piloto automático hacía su trabajo, por lo que había poco que hacer y poco que ver, salvo tratar de que el barco avanzase lo más rápido posible aprovechando las leves roladas, atajando en lo posible, o saludar a los pocos barcos con los que me fui encontrando.
No obstante el tiempo iba pasando, casi sin darse cuenta. Tan pronto avistabas el siguiente cabo que doblar como te encontrabas ya a su través y lo dejabas atrás, con el siguiente como objetivo.
Y así, con un viento fresco y húmedo nada característico de la época estival, llegó el atardecer. Montones de puestas de sol en el mar no hacen que me canse de ellas y siempre me quedo prendado mirando al horizonte.
No puedo dejar de hacerle una foto y esta ocasión no iba a ser una excepción.
No me di cuenta en el momento, pues miraba al sol, pero justo al disparar apareció un delfín solitario saltando en la esquina inferior izquierda del encuadre.
Lo curioso es que, salvo en la fotografía, no lo volví a ver más. Ni a él ni a ninguno más de su manada, a pesar de que por esta costa (como en muchas otras) es más que habitual encontrárselos, por no decir siempre. Literalmente se lo había tragado el mar, como si nunca más hubiese necesitado salir a respirar…
Aún hice otra foto más al sol antes de ocultase tras el horizonte por si el delfín volvía a salir, como si de un espectro se tratase, pero nada.
Debía estar pasando frente a Cabo Touriñán, con Cabo Fisterra ya a la vista por la proa y a partir de ahí ya no tuve que dar más bordadas. Si bien el viento seguía viniendo casi de la proa, lo justo para navegar a rumbo directo, durante toda la noche, hacia los bajos de Corrubedo.
En un par de ocasiones, en la oscuridad, tuve la sensación de estar acompañado por el delfín, pero sólo fue la sensación.
Amaneció un día gris y feote, por fuera de las Islas de Ons y Onza mientras arrumbaba hacia el Canal Norte de las Islas Cíes.
Con la luz del día me dio por mirar el nivel de gasoil, y menos mal, porque estaba seco. Busqué un pequeño bidón de reserva que el armador había estibado en algún lugar de a bordo. No esperaba que fuese tan pequeño y finalmente lo encontré en el tambucho de la bombona de gas. Reposté en marcha por el método de los vasos comunicantes, utilizando un pequeño trozo de manguera.
El cansancio baja los reflejos, como pude comprobar al chupar de la manguera para trasvasar el combustible sin derramar una gota. No hay nada tan energético (y asqueroso) como desayunar un lingotazo de gasoil…
Poco a poco me fui adentrando en la tranquila Ría de Vigo, a donde llegué tras 25 horas de travesía, bastante más de lo estimado.
Del delfín no supe nada más, ni me ha escrito ni nada…L
Preciosas fotos.
ResponderEliminarEso de navegar sol... es casi un retiro, tiene un encanto especia.Uno se da cuenta con más... profundidad, contemplando el mar y el cielo de lo poca cosa que somo...
Una noche que bajaba un barco desde Ampuria Brava, me hice, con ánimo de estar solo dos guardias seguidas de noche. A la altura de la torre de perforación de Amposta pegado a la aleta de estribor, apareció un delfín que me acompaño más de una hora, siempre a mi altura, como queriendo decirme, ya que tus compañeros duermen, me vengo a hacerte compañía u rato.
La verdad que no hablábamos nada, pero transmitía mucho... no se qué... pero era bueno.
Un abrazo
j
Gracias, JJ.
EliminarEs cierto que los delfines suelen hacer mucha compañía, sobre todo durante las guardias nocturnas. Lo "preocupante" en mi caso es que en ocasiones sí hablo con ellos, incluso les canto, y ni protestan ni me abuchean...¡Qué amables! :-)
Un abrazo.