El tiempo era apacible cuando llegamos al Algarve portugués y allí, en Lagos, nos esperaba el Proteína, después de su accidentada travesía desde Canarias vía Madeira, en la que uno de sus tripulantes se rompió las costillas.
Ahora éramos tres los que lo llevaríamos hasta Sada, el armador Manuel, su inseparable compañero de navegación Lito y yo.
El parte meteorológico para los siguientes cuatro días nos pronosticaba viento suave del norte, noroeste hasta poco después de doblar Cabo San Vicente que se iría convirtiendo en brisa débil, o nula, del noroeste o variable hasta aproximadamente Cabo Espichel, al sur de Lisboa. A partir de ahí, teóricamente tendríamos viento moderado de componente oeste durante unas horas, que iría rolando al norte a la vez que arreciando hasta los 20 nudos, pero que no obstante sería menos intenso más cerca de tierra y con el paso del tiempo, hacia el norte, ya en aguas gallegas.
Con esa predicción debíamos darnos cierta prisa para que los vientos y mar de proa nos alcanzara lo más al norte posible.
Como no llegamos a tiempo a la última apertura del puente que cierra la salida de la Marina de Lagos, tendríamos que esperar a la mañana siguiente.
Amaneció un día despejado y tranquilo, y poco después de la primera apertura del puente descendíamos el río hacia el mar, más o menos a la hora que llegan los pesqueros de faenar.
Con mayor y trinqueta arriba ceñimos a rumbo directo a Punta Sagres que no tardamos en tener tanto avante por estribor (J), mientras aparecía Cabo San Vicente por detrás. En cuanto doblamos este último empezaba la remontada de latitud.
Mar en calma, reposo de aves y recreo de delfines.
Nos ayudábamos del motor, pues el día fue muy tranquilo, aunque al atardecer fue aumentando la brisa.
La temperatura era agradable, de hecho durante esa noche no hizo falta aún el abrigo de la ropa de aguas, pero se agradeció una cena caliente.
Nos distribuimos en tres guardias, a partir de las 23:00 h (HRB, en este caso hora oficial de España), de tres horas cada uno y rotaríamos el orden durante las tres noches que esperábamos pasar en la mar.
Esa noche yo haría la primera guardia, Manuel la media y Lito la última.
Se notan ya las noches más largas del otoño, el ocaso llega pronto y el crepúsculo tarda en aparecer.
Me encontraba en cubierta preparando todo para la guardia, bajando la intensidad de luces de los instrumentos, led frontal en la cabeza, linterna a mano, ordenando la bañera y adujando escotas, cuando empiezo a sentir una ligera escora, me fijo y el viento real había aumentado a 12 nudos, abierto por la amura de babor. Desplegué el génova y en principio bajé las revoluciones del motor.
Mientras ajustaba velas, el viento aún arreció 4 ó 5 nudos más. Rápidamente apagué el motor, ajusté unos grados a barlovento la derrota en el GPS y el rumbo en el piloto automático, para compensar el abatimiento. Un último retoque al velamen, carro de escota de mayor a sotavento para optimizar la escora y bajo a apagar la luz de tope de navegación a motor. Por fin.
La mar estaba prácticamente llana, el viento se estabilizó en 15 nudos y el Proteína navegaba a 6,5 – 7 nudos a un descuartelar, rumbo a Cabo da Roca.
Noche oscura sin luna, pero apretada de estrellas.
Música en los oídos y, con esas condiciones, se te va la pelota a viajar por el espacio y a disfrutar el momento… Nada de personajillos miserables ni penurias en la cabeza. En esos momentos el mundo se vuelve amable y justo.
Apenas hubo tráfico durante mi guardia y el encanto sólo se rompió unos instantes, durante el parte de avisos a los navegantes, donde entre otras cosas, avisaban de zonas de prácticas militares de tiro, alguna al norte de nuestra posición.
Las condiciones se mantuvieron inusualmente estables durante toda mi guardia y rápidamente llegó la hora de avisar a Manuel para la media. A pesar de lo agradable de la navegación en esos momentos, había que dormir.
Por desgracia creo que esas condiciones sólo aguantaron estables una hora más.
Lo bueno de este sistema de guardias es que, salvo el de la media, se duermen al menos seis horas del tirón, por lo que volví a cubierta, ya amanecido y con Cabo da Roca por la popa.
Esa mañana se mantuvo algo el viento, que poco a poco fue rolando al NW.
La mar permaneció en buen estado y el cielo alternó los grandes claros de la mañana con chubascos que llegaron al medio día al paso entre la Berlenga grande y Cabo Carvoeiro, justo al terminar de comer unas patatas a la riojana, especialidad de Lito. Encapotándose durante la tarde.
Continuamos haciendo buenas millas sin novedades y de nuevo llegó la noche.
El viento finalmente se fue al norte, como esperábamos, arreciando y por tanto aumentando la mar, por lo que nos obligó a caer unos grados a estribor del rumbo debido.
En esta ocasión yo hacía la media, de 02:00h a 05:00h, durante la cual aún tuve que caer algunos grados más a estribor, lo que nos acercaba un poco más hacia tierra en la zona en que esta se encontraba más lejos. Algo que teníamos previsto y que supuestamente nos interesaba, en busca de menos viento y mar de proa. No obstante los pantocazos cada vez eran más frecuentes y más fuertes. Arriamos la trinqueta y continuamos con motor y media mayor.
Al alba, ya durante la tercera guardia, subí a cubierta debido a una bajada de las revoluciones del motor que me despertó, pero no era nada importante, sólo el cruce por la proa con otro barco con el que Manuel no lo tenía claro. Aproveché para un pis y no pude dejar de hacerle una foto a la uña de luna menguante que posaba junto a Venus.
Cuando subí de nuevo a cubierta por la mañana teníamos Povoa de Varzim por la proa y navegábamos escoltados por delfines.
El armador había estado haciendo números y se quedaba más tranquilo si entrábamos en Povoa a repostar unos litros de gas oil. No nos desviaba demasiado de la derrota y continuaríamos una vez hubiéramos repostado.
Mientras tanto la mayor, que llevábamos izada hasta algo más de la segunda cruceta, se rompió por la parte alta de la baluma, lo que nos obligó durante el resto de la travesía a navegar con ella un poco más recogida, justo hasta la altura de la segunda cruceta.
Arribamos a los pantalanes del Clube Naval de Povoa de Varzim, pero a pesar de que las guías náuticas digan que tienen surtidor de combustible, no es cierto. Tuvimos pues que entrar en la rada del puerto pesquero y abarloarnos a un barco de pesca a la espera de que abrieran el surtidor, pues el encargado de la mañana estaba de vacaciones y el siguiente turno no empezaba hasta las 13:00h (hora portuguesa).
Decidimos echarle unos litros que teníamos en bidones y el armador fue a rellenarlos de nuevo, en un taxi, a una gasolinera cercana. En cuanto los vaciamos en el depósito volvimos a zarpar.
Fuera del espigón seguía el norte y la mar, que aunque sin llegar a ser del todo incómoda, resultaba cansina.
Nos abrimos de la costa hasta librar un gran generador eólico que los portugueses tienen frente a su costa, entre Povoa y Viana do Castelo, y remontamos lo que quedaba de costa portuguesa bien pegados a tierra, lo que supuso también una constante gymkana entre un bosque de aparejos de pesca.
Navegar con viento y mar de proa siempre resulta tedioso y a estas alturas de temporada los tres teníamos cansancio acumulado.
En estos casos, cuando toca remontar, siempre se mira con cierta envidia a los veleros que te cruzas viento en popa. En esta travesía, además, era constante, pues es la época en la que muchos veleros del norte de Europa bajan para dirigirse al Mediterráneo, o en su mayoría hacia Las Canarias para cruzar, en noviembre o diciembre, al otro lado. Gran parte de ellos formando la flota de la ARC.
Veleros con tripulación o de solitarios bajaban hacia el sur, lejos en horizonte o bien pegados a nosotros, a los que se les veía bien equipados.
Atentos a oír el primer parte meteorológico español (mucho más completos y frecuentes que los de nuestros vecinos), que nos vendría a decir que según fuésemos subiendo hacia el norte por la costa gallega, la mar y el viento irían amainando y rolando al NW primero, al W y SW más tarde, incluso en algún momento variable.
Animados por navegar ya en aguas españolas, había que aprovechar ese hueco para llegar, pues detrás venían vientos de hasta fuerza 6 y sobre todo mar gruesa, que de alcanzarnos harían el final de la travesía algo más duro.
La tercera noche cayó al estar tanto avante (al través) con Cabo Silleiro y aunque el viento había amainado sensiblemente, la mar nos hacía dar, aún, pantanazos importantes, por lo que a pesar de las ganas de llegar, aminoramos un poco la marcha al principio de la noche, con intención de suavizar y reducir los pantocazos, pero el rumbo era ya directo hacia Cabo Fisterra.
La temperatura era más fresca y esa noche cenamos, la pasta preparada por el chef Manuel, en la mesa del salón y en dos turnos.
Al ser ya la madrugada del sábado, no encontramos apenas tráfico de pesqueros por la costa gallega, lo cual es muy de agradecer.
A la altura de Las Islas Cíes, que quedaron por estribor, me fui a dormir, quedando en cubierta Manuel, pues esa noche me tocaría la última guardia.
Durante el sueño fui sintiendo una paulatina disminución del cabeceo del barco y en un momento, el silencio del motor. Una ligera escora hacia estribor y mi subconsciente notó que ya había rolado al oeste y que navegábamos a vela, seguramente a un descuartelar.
Entonces el sueño bajó aún un escalón más en la escala de la inconsciencia. Tanto, que a Lito le costó un poco despertarme para mi guardia.
El viento y la mar habían desaparecido por completo. Por la proa la luz del faro de Fisterra, a unas cuatro millas. Realmente íbamos rápido y a rumbo directo, eso sí, de nuevo a motor pero con mar llana.
Luces de dos o tres barcos alrededor y todo tranquilo.
Navegar por esta zona era ya como estar en casa. Dejar atrás Cabo Fisterra y La Nave, luego Touriñán, donde la mar volvió a crecer un poco y antes de alcanzar Cabo Vilán empezó a amanecer.
Las distintas tonalidades que iba tomando el cielo merecen una entrada a parte. Recortándose sobre el fondo rojizo, el perfil del Faro de Vilán nos hacía guiños a nuestro paso hasta que el sol se alzó sobre Muxía.
Entretenidos con los veleros con los que seguíamos cruzándonos y el espectáculo de las rompientes en todos los bajos, con sus melenas al viento, producidas por la pronunciada mar de fondo, alcanzamos Punta Nariga.
Con todo el génova desplegado y la mayor hasta donde podíamos, enfilamos hacia el Canal de Sisargas y más adelante, una vez sobrepasado este, también la trinqueta contribuyó a empujar al barco a buena velocidad hacia la Torre de Hércules y la Ría de Ares.
Cuando pasamos por delante de La Coruña empezamos a arranchar el barco y nuestras cosas para que antes de amarrar en Sada todo estuviese en perfecto orden de revista y listos para desembarcar.
Se notaba que había ganas de llegar y a las 15:30 h del sábado doblábamos la punta del espigón del Puerto de Sada, 76 horas y460 millas después de haber zarpado de Lagos.
Se notaba que había ganas de llegar y a las 15:30 h del sábado doblábamos la punta del espigón del Puerto de Sada, 76 horas y
Y así, dejamos pues al Proteína descansando en su amarre tras tres meses de ausencia.
Una mas Jorge.. Gracias por el relato y las fotos. Yo de nuevo en mis cuarteles de invierno.
ResponderEliminarUn año más dando envidia desde tus cuarteles de invierno...;-) Lo único que me consuela es que aquí hay temporada de setas (triste consuelo :-)
EliminarGracias a tí, Eddy, por el comentario y por seguir pasándote por aquí.
Un abrazo.
Que placer leer tu relato de otra magnifica travesia, acompañado de esas estupendas fotos con los tres colores basicos del mar: el rojo del sol, el azul del mar y el cielo y el blanco de la espuma, las velas y las estrellas con el negro fondo del firmamento durante la noche.
ResponderEliminarLeerlo ha sido tan refrescante como lavarse la cara con un agua limpia y cristalina.
Gracias una vez más por un relato que nos permite disfrutar un instante de lo que habeis vivido esas 76 horas durante 460 millas, y que vengan muchos más.
HUmmmmmm.... setas, que delicia. Esos boleto edulis, canterelus, lapiotas etc. A cambio me lo hago con pescado atlantico fresco. Hoy p.ej. una maravilla en casa de amigos en Lanzarote. Un tunido que aqui llaman sierra. Jugoso..para ser tunido , esquisito. Un abrazo Jorge. Nos vemos, como en el anujncio " por Navidad ".
ResponderEliminarje,je.... Pues eso, vuelve a casa, vuelve, que te esperamos... por Navidad... :-)
EliminarAbrazos.
Como siempre, unas magnificas fotos, un relato muy ameno ... y una sana envidia.
ResponderEliminarUn abrazo
j
Muchas gracias, J.
EliminarHasta me ha salido algún Haiku...;-)y es que de algunos buenos blogs se aprende.
Un abrazo
Tus travesías dan ganas de dejarlo todo e imitarte. La vida del albañil es muy dura, como te tengo dicho. Un abrazo de los dos.
ResponderEliminarSabes bien que no todo el monte es orégano...
ResponderEliminarGanas tengo de compartir una travesía contigo, aunque sea por la Ría en el Biniazar.
Ánimo con tus "Escoriales" ;-)y un fuerte abrazo para los dos.