Siempre es bueno cambiar de mares, de paisajes y gentes, más cuando se trata de volver a Grecia.
A diferencia de las islas Cíclades o las del Sarónico, donde el viento aprieta de lo lindo en verano con ese Meltemi que te mantiene en constante alerta, en la costa noroccidental de Grecia el Mar Jónico es otra cosa, mucho más tranquilo pero igualmente bonito.
Lo peculiar del Jónico, además de su tranquilidad (a veces excesiva), es la vegetación de sus islas y la tipología de sus construcciones, generalmente con cubiertas de teja a dos aguas.
En todos los casos, montones de islas e islotes por donde perderse, casi inabarcables, bañadas de aguas de azul profundo o luminoso turquesa.
Este año, a bordo de un Jeanneau 45 llamado “Nena”, embarcamos la misma tripulación que el año anterior, excepto una pareja. En cambio formábamos una especie de flota con otros dos barcos de tripulación greco española, el “Gilda” y el “Sail la vie”.
Llegué a Atenas a primera hora de la tarde, donde me esperaba parte de la tripulación y dado que no saldríamos hasta el día siguiente, aprovecharon para enseñarme un poco la ciudad. Como muchas otras grandes ciudades en pleno verano, presentaba un aspecto mucho menos caótico de lo habitual. En esta además se hace muy presente toda la fuerza de su historia.
A la mañana siguiente, tras ir hasta el puerto del Pireo a recibir al resto de la tripulación que llegaba de Creta, salimos en coche hacia el oeste del país, pasando por el espectacular Estrecho de Corinto y bordeando la costa norte del Peloponeso hasta cruzar de nuevo al continente por el enorme puente Charilaos Trikoupis que, con sus 2.252 m , pasa sobre el Golfo de Corinto comunicando Rion y Antirion.
Con un calor sofocante llegamos finalmente a Lefkada, donde embarcaríamos en el “Nena”.
Algo más tarde llegarían también los tripulantes de los otros dos barcos.
Una vez estibado todo a bordo zarpamos, antes de que se ocultase el sol y sin esperar a los otros dos barcos, pues al salir del puerto de Lefkada hacia el sur hay que recorrer un estrecho canal de un par de millas, mal señalizado y con muy poco calado que queríamos dejar atrás antes de que se fuese completamente la luz.
Delante de nosotros un velero italiano encalló en el lodo. Al llegar a su altura le ofrecimos ayuda, pero no les costó demasiado desencallar retrocediendo sobre su estela.
Fuera del canal, ya a oscuras, fuimos en busca de una cala cercana donde fondear para pasar la noche. El desconocimiento de la zona, junto con la falta de detalle de la cartografía del plotter y de la carta de papel hizo que nos adentráramos en una profunda bahía por el método braille, es decir, casi a ciegas y despacito.
Largamos el ancla y quedamos fondeados en una zona bien protegida y tranquila, con la curiosidad de descubrir el paisaje que nos rodeaba cuando amaneciese.
Un delicioso baño nocturno me despojó de la fatiga del día caluroso, del viaje y de los preparativos de tierra, como primera toma de contacto con el mar jónico.
A los otros dos barcos ya no les dejaron salir del puerto por falta de luz para acometer el canal, así que nos encontraríamos con ellos al día siguiente.
Esa noche dormí en cubierta, la temperatura y un increíble manto de estrellas invitaba a ello.
Me desperté con las primeras luces del alba. La calma era total y el fondeadero no podía ser mejor, rodeado de altas montañas. Cerca de tierra había tres o cuatro barcos fondeados y un poco más lejos otro grupo algo más numeroso, por delante de los cuales habíamos pasado por la noche distinguiendo sus luces de fondeo.
Cuando terminamos de desayunar cayeron algunos baños y en cuanto todo estuvo listo levamos el ancla y abandonamos el fondeadero.
Con una leve brisa nos dirigimos lentamente hacia la Isla de Skorpios (Isla privada de la familia Onasis) donde habíamos quedado con el “Sail la vie” y el “Gilda”. La isla tiene una pequeña bahía cerrada con un puertecito privado y protegida por el islote Skorpidis donde fondeamos para bañarnos y comer.
Desde luego el bueno de Aristóteles Onasis se lo había montado bien. Ahora, con la isla aparentemente vacía, la bahía es un magnífico fondeadero para los barcos de recreo, aunque en teoría no se puede desembarcar.
El plan de navegación no era en absoluto ambicioso en cuanto a distancias, más bien algo tranquilo y relajado.
Por la tarde navegamos hacia la vecina Isla de Meganísi en busca de un fondeadero para pasar la noche en una de sus recogidas calas de su lado norte.
Fondeamos abarloados al “Sail la vie” a última hora de la tarde y esa noche bajamos las dos tripulaciones a cenar a una agradable y solitaria taberna del fondo de la cala.
Una bien pensada taberna, pues además de cenar estupendamente, tenía un fácil acceso con un embarcadero para dejar los dinguis, una cómoda zona entre árboles para tomarse una copa y unos funcionales y limpios aseos con duchas, amén de un servicio de lavandería.
Apenas tuvimos viento a la mañana siguiente y abandonamos la cala para rodear la isla por su lado occidental, recorriendo el Estrecho de Meganísi hacia su lado sur en busca de la gran cueva de Papanikolis, llamada así por el submarino que al parecer se refugió en ella durante la segunda guerra mundial.
Allí cayeron unos baños antes de dirigirnos hacia la bahía de Póros y más tarde al pequeño puerto de Sívota (al sur de la Isla de Levkas), situado al fondo de una protegida bahía, ya que según los skippers griegos de los otros dos barcos se esperaban fuertes vientos para esa noche. Además teníamos que rellenar los tanques de agua dulce, para lo cual, en ese puertecito hay unas máquinas en las que cuesta 2 €/100L.
Como en la gran mayoría de los puertecitos griegos, estos están formados por un muelle perimetral en el que se atraca en punta, fondeando el ancla por proa y dando amarras por popa al muelle. Para los que llegan tarde y ya no encuentran hueco siempre se puede fondear en medio de la pequeña y cerrada bahía.
Buscamos en Internet partes meteorológicos, pero no vimos ningún anuncio de vientos fuertes, salvo un anuncio de fuerza 5-6 para el jónico sur en la web local www.meteo.gr (web poco recomendable, siendo preferible la web www.poseidon.hcmr.gr )
En las islas son frecuentes estos pequeños pueblos que apenas ocupan más que la primera línea de mar, llenos de tabernas y tiendas de souvenirs, algún supermercado y en algunos casos pequeñas fondas. No obstante son bastante pintorescos.
No hubo nada de ese viento anunciado, más bien lo contrario.
Al día siguiente salimos rumbo a la boca norte del Estrecho de Ítaca, navegando con una suave brisa, pero antes de adentrarnos en el estrecho nos detuvimos para visitar el también pintoresco pueblo de Fiskardo, al norte de la Isla de Kefalonia.
Sólo permanecimos en Fiskardo un par de horas y tras solucionar un pequeño problema de cruce de fondeos abandonamos el puerto para ir a fondear a una bonita cala cercana, con bosques de cipreses llegando hasta el mar. Un paisaje homérico frente a Ítaca.
Bañarse, comer algo y más tarde, con un viento más decente, seguimos navegando viento en popa a lo largo del estrecho, hundidos entre grandes montañas, de Ítaca a una banda y de Kefalonia por la otra.
Un par de trasluchadas y el viento fue arreciando permitiéndonos navegar veloces a rumbo directo.
Íbamos en busca de un fondeadero situado a la salida del estrecho, pasada la bahía de Sami.
Doblando el cabo se abrió ante nosotros una gran bahía que empequeñecía bajo la altura de las montañas que la envolvían, forradas de una vegetación que las cubría como una moqueta verde y esponjosa.
Apenas había cuatro barcos desperdigados por la bahía y uno de ellos era el “Sail la vie”, con el que habíamos quedado previamente, fondeado y con una larga estacha por popa amarrada a las rocas de la orilla. Nos dirigimos hacia él y nos abarloamos, realizando así mismo la maniobra de fondeo y cabo a tierra, para lo cual se terciaba una nadadita hasta las rocas, siempre de agradecer.
Para mi gusto este fue el fondeadero más bonito y tranquilo.
Una buena cena en cubierta, un gin tonic de sobremesa, agradable conversación, música y un cielo nítido en el que contar estrellas fugaces y satélites.
Frente a la boca de la bahía, al otro lado del estrecho, la sombra oscura y alta de Ítaca…¿qué más se puede pedir?
Al despuntar el día, me fui remando con el dingui al centro de la bahía y me dejé flotar envuelto en absoluto silencio. En un rincón el “Nena” y el “Sail la vie” aún dormían el uno junto al otro, mientras el sol iba iluminando la montaña desde arriba hacia abajo. ¡Qué maravilla!
Ese día tocaba navegar hacia la Isla de Ítaca y era inevitable tener en mente La Odisea y sobre todo el célebre poema de Konstantínos Kavafis que aquí popularizó Lluis Llach con su adaptación en “Viaje a Ítaca”. Por otro lado muy “ad hoc” para los tiempos que vivimos.
“Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
La calma era absoluta y el calor apretaba bien, incitando, por el camino, a sumergirse en el azul profundo.
Alguna imagen parecía trasladarnos unos años atrás, a la época del “glamour” asociado a algunos ricos armadores griegos.
Nos adentramos en el retorcido y profundo “fiordo” que nos llevaría hasta Vathi, capital de la isla.
Como curiosidad, en griego, vathi significa profundo, y skafo barco, de ahí nuestro término Batiscafo.
Atracamos en el puerto de Vathi y aprovechamos para rellenar de nuevo uno de los depósitos de agua dulce. Aquí, a diferencia del sistema de Sívota, un pequeño camión cisterna se acercó hasta el barco, saliendo más del doble de caro, pero el chorro de agua fresca que nos echamos por encima Nikos y yo, mientras no cortaban la bomba, valió su precio en oro…
En la plaza del pueblo nos comimos unos souvláki con pan de pita y tzaltziki bajo un calor aplatanante, mientras esperábamos al “Sail la vie”.
Finalmente llegaron, pero aún era pronto y decidimos continuar hasta Kióni, otro pequeño pueblo situado más al norte, en la misma Ítaca.
Al volver a zarpar el viento aumentó en intensidad, sin embargo venía de la proa y no queríamos llegar muy tarde para encontrar sitio.
Finalmente doblamos el cabo de los tres molinos para embocar la bahía de Kióni.
Allí se encontraba el “Gina”, pero apenas había sitio, el puerto era pequeño y ya estaba lleno de barcos. Las rachas de viento dificultaban las maniobras, pero nos las arreglamos para encontrar un hueco en una esquina de la bahía, como siempre con fondeo y cabos a tierra.
Próximo había un pequeño embarcadero donde desembarcamos con el dingui para ir a cenar un buen pescado al pueblo. Como siempre, un sitio que fuera de temporada debe ser aún más encantador.
Por la mañana la bahía estaba tranquila y pronto continuamos ruta para conocer las calas que quedaban más al norte de la isla y darnos algún baño, pues el calor no daba mucho respiro.
Después de picar algo cruzamos hasta la Isla de Atokos, en cuya escarpada costa sólo hay un par de fondeaderos, dirigiéndonos al que estaba más al este.
Otro bonito lugar y por tanto, con más barcos fondeados que lo deseable, aunque sin llegar a molestar.
En la mayoría de las islas griegas es habitual que inmediatamente pegado a la costa nos encontremos ya con 40, 60 ó más metros de profundidad, por lo que no siempre resulta fácil encontrar un buen sitio donde fondear y muchas veces hay que acercarse mucho, de ahí la afición de dar cabos a tierra. Sin embargo en Atokos no lo hicimos y al fondear sin orinque cruzaba los dedos para que el ancla no se enganchase en alguna roca del fondo, pues a esas profundidades no podría bajar ni de coña…
Con buen viento, al atardecer levamos ancla y nos hicimos a la vela, navegando hacia la Isla de Kalamos, situada a una 10 millas al NNE.
Al irnos metiendo en el canal formado entre las islas de Kalamos y Kastos el viento, encañonado, arreció, obligándonos a recoger un poco la vela mayor.
Arribamos al puerto de Kalamos con la puesta de sol. Tampoco era amplio y estaba prácticamente lleno. Eso, junto al escaso calado en la bocana, nos disuadió de entrar y preferimos fondear a escasos metros fuera del puerto. El “Gilda” consiguió meterse con calzador en el puerto, sin embargo el “Sail la vie” optó, como nosotros, por fondear fuera.
Esa noche las tres tripulaciones compartimos mesa en una taberna del puerto y de vuelta al barco cayeron unos baños, jugando con la fosforescencia del agua que nos hacía parecer talmente “campanilla”.
Por la noche el viento calmó y volví a dormir en cubierta, levantándome con el sol en un amanecer silencioso, sólo roto por los botes de algunos pescadores haciéndose a la mar.
En nuestro último día fuimos a fondear a una cala de la Isla de Kastos, en cuyas verdes aguas buceamos, viendo erizos, peces de vistosos colores, llamativas estrellas de mar (que devolvimos al mar tras fotografiarlas) y gran cantidad de nacras camufladas entre poseidonias.
A primera hora de la tarde emprendimos el camino de vuelta, con una corta parada en Skorpios para el último baño antes de dirigirnos al canal que nos llevaría de nuevo al puerto de Lefkada, al que llegamos justo con la puesta de sol.
Terminaba así otra magnífica experiencia por aguas griegas.
Que maravilla Jorge, gracias por el relato, aunque me has puesto los dientes muy largos. Felicidades y un fuerte abrazo. Ramón Prat
ResponderEliminarMil gracias Ramón.
EliminarMe alegra un montón tenerte por aquí.
Fue un viaje delicioso, junto al amigo Nikos (que tu conociste), nada que ver con las navegadas atlánticas pero un buen plan.
Un fuerte abarzo también para tí.