Esta escala en Cascáis también fue rápida, poco más de siete horas nos dieron para dormir un poco, ducharnos e ir al pueblo a desayunar y hacer una compra. En cuanto Javier estuvo a bordo, repostamos algo de gas oil y zarpamos ese mismo martes a media mañana. Lástima, pues en unos días sería allí mismo la regata costera de la Volvo Ocean Race, cuya flota se encontraba en una marina cercana más próxima a Lisboa, pero era mucho esperar.
La mañana era luminosa, de mar llana y una buena brisa de 15 nudos que en principio nos entraba del través, pero que más tarde se iría a la popa mientras navegábamos ya a rumbo directo a Cabo San Vicente, a algo más de 90 millas por la proa.
Era imposible sentirse incómodo en esas condiciones. El Fast Ferrari, con todas sus velas, nos llevaba hacia el sur, rápido y firme como un tren sobre raíles.
Por la tarde nos alcanzó y sobrepasó un frente nuboso que hizo arreciar el viento, pero Lorenzo volvió para darnos las buenas noches y dejarnos en manos de la luna.
Esa madrugada doblábamos Cabo San Vicente, pasando cerca de sus acantilados, con el haz de luz de su faro acariciándonos el mástil y las velas.
Alcanzamos el Cabo durante la guardia de Carlos y mía. Desatangonamos el génova y lo enrollamos. A continuación trasluchamos y una vez amurados a babor volvimos a desplegar el génova por fuera de la trinqueta (es decir, que viramos y quedamos con todas las velas por el lado derecho).
Próximo a nosotros navegaba otro velero, puesto en descubierto por la luz de la luna, que realizaba una maniobra similar a la nuestra pero siguiendo después un rumbo más al sur.
Con Punta Sagres por la proa, rápidamente la dejamos atrás y la mar se aplanó, mientras el viento arreciaba y navegábamos a un largo cerca de los 9 nudos de velocidad. ¡Momentazo!
Por nuestro estribor la mar brillante y la luminosa luna, por babor en cambio, se veía aproximarse, desde tierra, un oscuro y amenazador banco de niebla que llegó a ocultar la luz del Faro de San Vicente por nuestra popa.
Dicen que el momento de rizar la mayor es justo cuando empiezas a pensar si habría que ponerle un rizo a la mayor…, así que se lo pusimos.
El viento siguió arreciando aún un poco más y el barco navegaba rápido pero mucho más cómodo con menos vela. Y así, finalmente, escapamos del banco de niebla…como se suele decir, pusimos “pies en polvorosa”.
Tuvimos pues una guardia trabajosa, pero espectacular.
Al amanecer, medio en sueños escuchaba desde mi litera el crujir de una driza y una polea chirriando, de pronto un grito seco, “¡PARA!” y después silencio…
Mi subconsciente estaba a punto de decirme algo cuando una voz baja en el camarote me despertaba: “¿Puedes subir un momento, Jorge? Tenemos un problema”.
Asomé la cabeza por el tambucho, el viento había amainado bastante y la mayor estaba a medio izar.
¿Qué ha pasado?
Pues que se ha roto la mayor.
Respiré profundo y gracias a la característica “tostada” matutina dije algo con calma, no mucho más trascendente que un “¡Kaspita!”
Qué le vamos hacer! Está viejecita.
Arriamos toda la mayor y analizamos el daño sufrido. Fui a por el Kit de reparación de velas y en él encontré poco más de un par de tiras de tejido adhesivo de spi, un rollo de cinta americana fosilizado y creo que un cromo de Cubala cuando jugaba en el BarÇa… Así las cosas no había nada que pudiéramos hacer para repararla a bordo, más que llevarla a un velero al llegar a Cádiz.
Afortunadamente, el roto (que no era mucho) quedaba por debajo del segundo rizo, así que la volvimos a izar con el segundo rizo puesto y tan ricamente.
El día volvió a ser fantástico. Mar rizada, cielo y mar azul intenso con la luminosidad del sur, con brisa suave y constante por la popa que a última hora de la tarde iría arreciando.
Sol y calor que nos obligaba a baldear la bañera de vez en cuando. Incluso algún tripulante sólo salía de su letargo para echarse un cubo de agua por encima, en la jupette (popa) y al poco volver a desaparecer en su madriguera.
Menos mal que teníamos cosas que hacer bajo cubierta, como desmontar las panas del suelo e inspeccionar la sentina, que tenía “agua” con alguna que otra especie que se creía extinguida, inspección de bombas de achique, una de las cuales se volvió loca y no dejaba de funcionar ni desconectando las baterías, hasta que empezó a arder. Extintor en mano, afortunadamente no fue necesario utilizarlo, pues tengo mis dudas de que hubiese funcionado, o puede que sí.
Terminado el tema sentina y bombas de achique, recompuesto el interior, volvió el orden y el esparcimiento a bordo.
Por la tarde siestas, música, charlas, lectura y antes de la puesta de sol, el viento se había ido animando y trasluchamos para poner proa a la Bahía de Cadiz. Después, como premio, otra magnífica y animada cena en el “salón Acapulco” de manos del chef Jose Manuel. ¡Dura vida la del navegante! J
Al poco de anochecer navegábamos a 8-9 nudos a orejas de burro por en medio de la Bahía de Cádiz hacia la desembocadura del río Guadalete.
Fuimos recogiendo velas hasta aproarnos para arriar y aferrar la mayor antes de empezar a remontar el trozo de río hasta Puerto de Santa María, pero estaba la marea baja y los 2,50 metros de calado de la orza no encontraron agua suficiente. Primero tocamos en el lodo por un lado del canal, luego por el otro. No merecía la pena acertar con un canal de tan poco margen, además, la velería a la que llevaríamos a reparar la vela estaba en Puerto Sherry, por lo que dimos media vuelta por donde habíamos venido y nos dirigimos al puerto vecino, donde amarramos a las 01:00h.
El buen ánimo de la tripulación se tradujo en un par de copas en la bañera con animada conversación. Poner temas sobre el tapete como: Mouriño,-Guardiola, Barça-Madrid, CR7-Messi, sobre todo habiendo algún catalán y algún madrileño a bordo, y aun los que no somos aficionados al futbol entramos en calor ;-)
A la mañana siguiente fuimos despertando de uno en uno y desfilando hacia las duchas. Arreglado el papeleo en la oficina de la marina, me fui a buscar la velería, que dicho sea de paso estaba en la quinta puñeta desde el barco, mientras la tripu desmontaba la vela mayor y la empaquetaba para llevar a la velería. Ya sólo bajarla del barco, por el pantalán hasta tierra te dejaba el hombro dislocao, así que esperamos a que vinieran a buscarla con la furgoneta. Estaría lista para primera hora de la mañana siguiente.
Había programada para el siguiente fin de semana una regata de veleros clásicos y alguna de esas joyas ya se encontraban en el puerto. Cerca, en el mismo pantalán, una goleta preciosa, uno de cuyos tripulantes nos echó una mano llevándonos a comprar un enchufe, para el cable de corriente de tierra que se había fundido, a un lugar mucho más barato que los existentes en la marina.
Pero las joyas de la corona eran dos “Five”, en concreto uno de ellos, el “Hispania” verdaderamente espectacular. Precioso como un Stradivarius, impecable, con todas sus maderas barnizadas y protegidas del sol con fundas.
Al medio día dimos un paseo hasta el Puerto de Santa María y comimos unos pescaitos fritos y unas gambas en el Romerijo (ya no es lo que era). Por la tarde el grueso de la tripulación se acercó hasta Cadiz en el vaporcito (que ya no navega). Ramón había quedado con un antiguo forero de TítulosNáuticos y el resto de excursión, mientras Jose Manuel y yo volvimos al barco. Siesta y revisión del motor, que expulsaba líquido refrigerante.
En esta escala estaba previsto que embarcase una antigua tripulante del Fastfe, Fátima García, pero a última hora imprevistos laborales se lo impidieron. Lástima, la próxima vez será.
Cena a bordo, más tertulia de sobre mesa y al catre.
A la mañana siguiente un día luminoso de buen viento nos esperaba.
Duchas, desayuno y a funcionar, pues había que aprovechar ese viento.
Zanjados los asuntos con la marina, nos trajeron a su hora la vela reparada y en cuanto la tuvimos montada de nuevo, zarpamos.
Izamos mayor y trinqueta en la bocana del puerto e inmediatamente metimos un rizo a la mayor para ceñir hacia el bajo de Los Cochinos, en la salida de la Bahía y abrir rumbo hasta la baliza cardinal de la Punta del Sur, al Oeste del Castillo de San Sebastián, donde pusimos ya rumbo sur, desplegando también el génova atangonado por estribor, navegando viento en popa en busca del Estrecho.
Con un poco de mar de popa y unos 18 nudos de viento patinábamos rápido y no tardamos mucho en encontrarnos al través del mítico Cabo de Trafalgar.
Durante la travesía, todos y especialmente los más jóvenes de la tripulación, atendíamos y aprendíamos de las experiencias y relatos con los que Ramón nos deleitaba de sus tres cruces del Atlántico, lo cual estuvo bien.
Por la tarde entrábamos en el Estrecho con un buen poniente que nos empujaba a 8 nudos de velocidad.
Doblamos Isla Tarifa trasluchando para arrumbar hacia Punta Europa.
A lo largo del Estrecho el viento fue arreciando y a pesar de que navegábamos ya con un rizo, yo tenía la intuición de que encontraríamos aún más viento a la salida y pensaba en meter un segundo rizo o incluso arriar toda la mayor, para navegar tranquilamente a orejas de burro con la trinqueta y el génova, pues una vez que alcanzásemos los 25 nudos de viento de popa sería más complicado reducir vela, no obstante lo dejé pasar.
Cuando pasábamos a la altura de la Bahía de Algeciras navegábamos a unos 10 nudos en popa cerrada, con el génova atangonado por babor, la trinqueta y la mayor por estribor, esta última con un rizo.
Hacía un rato que vigilaba por el rabillo del ojo a un ferry de Balearia que había salido de Tánger, navegando por el lado marroquí del Estrecho, hasta que cambió de rumbo para atravesar el dispositivo de separación de tráfico dirigiéndose hacia Algeciras. Al principio parecía lejano, pero estos barcos van muy rápido y pronto lo teníamos muy cerca por estribor apuntando a nuestra proa. Ellos saben tu rumbo y velocidad y pueden calcular el posible punto de colisión para controlar que pasan por la proa. Lo malo es que ajustan demasiado y nuestra velocidad iba en aumento. Así que decidimos enrollar el génova para reducir velocidad y aún con esas nos cruzó la proa demasiado cerca para mi gusto… Hubiera tenido más mérito que calculasen su velocidad para pasarnos por la popa sin variar su rumbo.
Dejamos atrás el Estrecho a buena marcha y después de la cena, al anochecer, siguió arreciando el viento y con él la ola, lo cual hizo aconsejable gobernar el timón a mano. El barco iba como un tiro, haciendo puntas de más de 12 nudos, pero no era buena idea empezar las guardias, con sólo dos tripulantes en cubierta, en esas condiciones.
Ahora es cuando nos hubiera venido bien haber arriado la mayor a la entrada del Estrecho, porque rizar o arriar la mayor mientras hace presión contra la jarcia no es tarea fácil y menos de noche con ese movimiento.
Opté por irme arrimando a la costa en la confianza de que si conseguíamos adentrarnos un poco en el Golfo de Málaga la mar disminuiría y nos facilitaría la maniobra, como así fue.
Prácticamente todos permanecimos en cubierta durante las dos primeras guardias, preparamos los arneses y plantificamos bien la maniobra para llevarla a cabo en cuanto las condiciones lo facilitasen.
Por otro lado había que volver a pasar bien la contraescota de la trinqueta por encima del amantillo del tangón para que llegado el momento pudiésemos trasluchar sin problemas. Entiendo que quizá es un poco lioso esto que cuento, pero lo que no me hacía mucha gracia era tener a un tripulante en la proa con el barco balanceando y de noche, por mucho arnés que llevara. A su favor hay que decir que Javier está acostumbrado a hacer la proa.
Solucionado este punto sólo hubo que esperar el mejor momento para poder arriar la mayor.
Dos tripulantes al palo para tirar del grátil hacia abajo e ir aferrando la mayor a la botavara, otros dos cazando la escota de mayor para llevarla lo más al medio posible y separarla de la jarcia, otro más a la driza para arriar y uno pendiente del segundo rizo para irlo cazando, según se iba arriando mayor, para conseguir mantener la vela lo más separada posible de la jarcia.
Hizo falta la colaboración de toda la tripulación, pero la maniobra salió bien y rápida, para satisfacción de todos.
La noche fue bonita, navegando rápido pero estables con el génova atangonado, un poco recogido, y la trinqueta a orejas de burro. Hasta que con el amanecer amainó el viento, aunque la mar tardó un poco más en hacerlo.
Fue durante la guardia de Carlos y mía que nos tocó recoger todo el tinglado, génova, trinqueta y tangón, arranchar la maniobra y darle al motor dado que se acabó completamente el viento.
Un buenos días de los delfines y poco más.
A última hora de la mañana entrábamos en el Puerto deportivo de Almerimar y en cuanto estuvimos amarrados en una plaza, nos fuimos todos a comer algo a un restaurante del puerto, para celebrar el fin de etapa y despedir a Carlos, el benjamín de la tripulación. Por otro lado recibíamos a una nueva tripulante, Carmela, madre de Carlos, con lo que todo quedaba en casa. J
Después de comer, duchas, siestas y cada uno a su bola, aunque como al día siguiente era domingo había que ir al supermercado para hacer una compra antes de que cerrasen. A los dos tripulantes que se presentaron voluntarios, se les vio el plumero, pues aparecieron prácticamente con no sé cuantos litros de cerveza, unos cuantos refrescos y poco más que unas lonchas de jamón…Ejem.
Esa noche me la tomé libre, pues tengo familia en San José y me fui con ellos a cenar.
Que placentera lectura, seguro que disfrutasteis de lo lindo por que yo he disfrutado con tu narración como si hubiese estado alli, gracias a que sabes plasmar como nadie la narración de una travesia y a los recuerdos de esa zona.
ResponderEliminarAl del Balearia, bien merecido tiene un capón pero ya debes saber que gustan de cruzarle la proa a los veleros y cuanto más ajustado mejor, de haber sido un igual seguro que le abria buscado la popa desde el principio, pero tal vez por eso no le quitaste el ojo desde que lo viste. Es por ese afan de algunos marinos de demostrar su veterania que les lleva al punto de parecer novatos.
Espero con impaciencia el resto del relato y mil gracias por lo narrado.
Mil gracias a tí, Kico.
EliminarCiertamente estoy acostumbrado a esas pasadas ajustadas por la proa y aún sabiéndolo no dejan de inquietarme. Hay una norma no escrita en el RIPA que dice que entre dos buques a rumbo de colisión se aparta al que más le duela, por eso la mayoría de las veces los veleros salimos perdiendo ;-) Al hilo de esto, otra frase (tampoco escrita) de un meteorólogo y navegante amigo: "Si las luces verde y roja de otro navío, a menos de 50 metros has visto, tirate al agua pues no te salva ni Cristo". :-))
Sigo trabajando en el resto del relato.
Un abrazo.