Ha pasado
tiempo atracado este blog, pero vuelvo a soltar amarras y compartir alguna de
las últimas millas. Dejando los remos atrás, volvemos a desplegar las velas.
Es
interesante el proceso de preparación de una travesía cuando se va a navegar
por aguas desconocidas.
A finales de
noviembre pretendíamos devolver al “Passacaglia”, que se encontraba en la Bahía
de Cádiz, a su lugar de nacimiento en Holanda. Pero enseguida entendimos que
navegar por el Mar del Norte en diciembre no era aconsejable. Las borrascas, el
frío y, sobre todo, las pocas horas de luz no iban a convertir la travesía en
un “pasacalles” precisamente. Así que en otoño navegamos desde Cádiz hasta
Galicia y allí esperamos a que llegase la primavera para retomar la travesía
hasta Holanda.
El barco, un
Koopmans 39 de aluminio con orza abatible y aparejado en sloop cutter.
Construido por Aluboot en Hindeloopen (Holanda). La tripulación compuesta por
Carlangas, León y un servidor.
De esa
primera etapa hasta Galicia, que no
relataré ahora, destacar que fue la primera vez, y llevo observadas infinidad
de puestas de sol en el mar, que pude contemplar el mítico rayo verde. Justo
antes de doblar Cabo San Vicente. Un destello de una fracción de segundo que
permanece en la memoria para siempre. Curioso.
Había
navegado anteriormente hasta las Islas Británicas, pero no había seguido antes el
Canal de La Mancha hasta el Mar del Norte. Realmente se trata de una zona
complicada de navegar. Las grandes mareas y corrientes de la costa de Bretaña,
Islas del Canal y Normandía, el abundante tráfico, la infinidad de boyas de
navegación y los grandes parques eólicos en medio del mar frente a los Países
Bajos, hacen que haya que preparar bien el itinerario previamente. Tampoco, por
conocido, el Golfo de Vizcaya se queda manco cuando el Cantábrico está agitado.
De hecho fue donde peores condiciones encontramos.
Pretendíamos
cruzar el Golfo de Gascuña, como lo conocen los francófonos, atajando en línea
recta desde Cabo Ortegal hasta el Finisterre francés, en concreto hasta la
Bahía de Brest, y más exactamente aún, hasta el pequeño pueblo marinero de
Camaret Sur Mer. A partir de ahí, había que ir estudiando las mareas y sus
corrientes, haciendo por tanto, pequeñas etapas que nos permitiesen navegar los
pasos más conflictivos con corriente a favor, pues esta puede llegar a alcanzar
hasta ocho nudos, que de ser en contra hacen prácticamente imposible avanzar.
Preparé
minuciosamente los posibles puertos de recalada del itinerario, teniendo en
cuenta que fuesen de aguas profundas, sin necesidad de esclusas que nos
obligasen a coincidir con la marea tanto para entrar como para salir y, por
supuesto, la predicción meteorológica para encontrar el momento más idóneo para
zarpar.
Así, en la
segunda quincena de mayo, encontramos las condiciones meteorológicas para salir,
que si bien no eran las mejores, eran las menos malas.
Buen tiempo
en la Ría de Ares-Sada y hasta Cabo Ortegal, a partir de ahí viento del ENE que
debía ir rolando al E, hasta 25 nudos de intensidad y mar formada. Navegando de
ceñida con trinqueta y un rizo en la mayor. Un poco incómodo para empezar, pero
sabíamos que debería ir mejorando. Aun así, el segundo día fue el peor.
A pesar de
que con el ligero role al Este del viento nos permitía navegar a rumbo directo,
cerramos el rumbo para ir unos grados más hacia el Este del rumbo debido, en
previsión de un futuro role del viento al Norte cuando nos fuésemos acercando a
Bretaña.
Viento frío
y húmedo, sobre todo durante las guardias nocturnas, que hicimos en períodos de
tres horas cada uno.
Nos llevó
unos tres días cruzar el Golfo de Vizcaya y aproximarnos a la Bretaña francesa.
En un principio no teníamos decidido si pasar la Isla de Sein por dentro o por
fuera, pero dado que cuando llegamos a ese punto teníamos la corriente en
contra optamos por dejar la Isla y sus bajos por estribor. Antes de amanecer
veíamos ya sus faros, no obstante, la fuerte corriente en contra y el viento de
proa nos obligó a ir dando bordadas avanzando penosamente, hasta que a mediodía
arribamos, ya con la corriente a favor, a Camaret Sur Mer. Encantador
pueblecito bretón en el que hay tres marinas en el lado norte de su rada,
frente al puerto pesquero que se encuentra en el lado sur. La primera, y más
exterior, es Port Vauban, para los barcos más grandes, pero más alejada del
centro del pueblo. La segunda es Port du Styvel, únicamente destinada a los
locales, y por último, el Port du Notic, en la que amarramos, la más próxima al
núcleo urbano, justo delante.
Nuestra orza abatible nos facilitaba acercarnos
casi a cualquier parte, sin embargo, el estrecho canal de entrada nos hubiese
permitido atracar ahí de todos modos, a pesar de la gran amplitud de las
mareas.
Comimos a
bordo, una siesta, una ducha y un paseo por el pueblo. Realmente agradable y tranquilo,
con gente amable y marinera. Creo que podría vivir en Camaret .
Unas cervezas
bretonas en el bar más “canalla” del pueblo, “Le Notic” bien sûr… ;-) y cena en
el Bistro Crêperie “La Marine”, unas deliciosas crepes propias de estos lares
con sidra local… Súper!
A la mañana
siguiente, tras estudiar muy bien los horarios de mareas, y por tanto de
corrientes, zarpamos dirigiéndonos hacia el Canal de Four, por dentro de las
Islas de la mar de Iroise, Molène y Ouessant, que embocamos aún con algo de
corriente en contra, pero que pronto cambió a nuestro favor, permitiéndonos
hacer unos cómodos ocho o nueve nudos de velocidad.
El día, en
principio bastante gris, fue abriendo, y aunque habíamos previsto hacer una
corta etapa hasta L´Aber Wrac´h, dada la buena velocidad navegando de través y
la bonanza del día, decidimos prolongar la etapa hasta Roscoff, unas 65 millas,
rodeando la Isla de Batz. Una delicia de singladura.
Llegamos al
Puerto deportivo de Roscoff por la tarde, a buena hora. Un puerto cómodo y moderno,
aunque un pelín alejado del centro antiguo del pueblo, pero sólo a unos quince
minutos de agradable paseo.
Roscoff es
también un pueblo lleno de encanto, que recorrimos antes de decantarnos por un
pequeño y coqueto, aunque animado restaurante pizzería, que elegimos para
cenar. Luego un cómodo paseíto bajo la luna llena de vuelta al barco. En ese
tiempo, nos llamó la atención lo diferente que encontramos el puerto, debido a
la gran amplitud de marea. El muelle y el dique parecían ahora una enorme empalizada
propia de una peli de King Kong…
Salimos por
la mañana temprano. Habíamos contemplado la posibilidad de hacer una etapa
hasta Lézardrieux antes de dar el salto a las Islas del Canal, pero dadas las
buenas condiciones que teníamos optamos por poner rumbo directo hacia la Isla
de Guernsey.
Otra jornada
de agradable navegación, con mar rizada y viento moderado, aunque a muy buena
velocidad debida a la corriente a favor. Por la tarde fue cayendo el viento,
sin embargo manteníamos la velocidad.
Con la isla
ya a la vista se nos presentó un caso que, aunque conocido, nos despistó un
poco por lo exagerado de su magnitud. La proa apuntaba a la mitad de la isla,
no obstante, en el GPS, el vector del rumbo efectivo apuntaba muchos grados a
estribor, hacia el cabo que teníamos que pasar. La isla se iba haciendo grande
por nuestra proa según nos acercábamos y parecía que nos fuésemos a empotrar en
los acantilados, resultando increíble que realmente estuviésemos navegando
hacia el cabo, St Martin´s Point. Estábamos navegando prácticamente de lado por
efecto de la corriente.
Antes de que
se pusiese el sol estábamos entrando en la dársena de Saint Peter Port, capital
de Guernsey, pedazo de Gran Bretaña del lado de la costa francesa. Lugar de
exilio de Victor Hugo, donde escribió Los
Miserables.
Por la
mañana tuvimos tiempo de dar una vuelta por la ciudad y hacer alguna compra en
el mercado, a la espera del momento adecuado de la marea.
La siguiente
etapa nos llevaría hasta Cherburgo, en la costa de Normandía, y para tener la
corriente a favor en el conflictivo (por sus fuertes corrientes) Cabo de La
Hague, tuvimos que salir con una fuerte corriente en contra por el canal que
separa la Isla de Guernsey de las islas de Herm y Jethou, haciendo apenas un
nudo de velocidad al paso del islote donde se encuentra Bréhon Tower.
A mitad de
camino, de nuevo hacia la costa francesa, la corriente empezó a favorecernos.
Pasando ya Cabo de La Hague, casi sin viento pero a nueve nudos.
Con las
últimas luces del día llegamos al Puerto de Cherburgo, amarrando en el puerto
deportivo Chantereyne con el crepúsculo. Para nuestra sorpresa, en el pantalán
de enfrente se encontraban tres de los cinco Pen Duick que quedan (El trimarán
Pen Duick IV, después Manureva, desapareció con Alain Colas a bordo durante la
Route du Rhum 1978). Ciertamente no me considero mitómano, salvo cuando se trata de navegantes y barcos cuyas andanzas se me impregnaron de joven.
No tuvimos
tiempo de conocer Cherburgo, pues a la mañana siguiente, temprano, zarpamos
hacia el siguiente destino, Boulogne Sur Mer, a unas 145 millas.
Apenas
habían pasado un par de horas cuando nos interceptó una patrullera de Aduanas
francesa. Subieron a bordo,
inspeccionaron el barco y pidieron los papeles. Les desconcertó un poco el
hecho de que hubiese sido un barco de pabellón holandés, ahora suizo, tripulado
por españoles en aguas francesas, pero aunque se demoraron un buen rato
haciendo todas las comprobaciones, todo estaba en regla y algo más de hora y
media más tarde seguimos nuestro camino.
Con buen
viento y buena mar, aunque frío durante la noche, nuestra derrota bordeaba el
dispositivo de separación de tráfico del Canal de La Mancha. Así que aunque se
veían infinidad de luces de mercantes, estos apenas nos perturbaban, no así los
pesqueros, que, como en todas partes, cambian constantemente de rumbo. Pero eso
nos mantenía entretenidos durante las guardias.
Con la
salida del sol teníamos en la proa el gran espigón que conforma la rada del
puerto de Boulogne Sur Mer. Entramos por uno de los brazos que conforman el
estrecho puerto hasta la parte del puerto deportivo que no tiene esclusa, junto
a los pesqueros.
La primera
impresión de Boulogne no es muy buena, pues el frente portuario no es bonito,
pero al adentrarnos en la ciudadela medieval amurallada la cosa cambió
completamente. Muy bien conservada y vivida, preciosa.
Tomamos el
“petit déjeuner” en el Café de la Mairie, en la Place de la Résistance, junto
al ayuntamiento. Dimos una vuelta y ya extramuros, descubrimos el mercado, o
feria diaria, en la Place Dalton bajo la iglesia medieval de San Nicolás, y
nos fundimos entre la gente. Los puestos de frutas y verduras llamaban
la atención por su variedad y colorido. Los de los quesos por su aroma. No
pudimos evitar comprar algunas verduras y hortalizas, frutas, quesos, pan, vino
y algún paté. Tampoco pudimos resistir a llevarnos unos huevos de oca, tres,
cada uno de los cuales costaba lo mismo que media docena de los de gallina.
Tomamos una
cerveza en una terraza de la plaza y retornamos al barco para dejar las bolsas.
A mediodía volvimos al centro para comer un pescadito.
Por la
tarde, de nuevo en el barco, aprovechamos para acercarnos al pantalán del
gasoil a repostar. Ya en el amarre estudiamos los horarios de corrientes para doblar
el Cabo Gris-Néz y el paso de Calais. Vimos que debíamos salir a la una y media
de esa madrugada para estar ya fuera del puerto a las dos, así que nos echamos
una buena siesta.
León y yo
aún nos dimos otra vuelta por la ciudadela antes de cenar. Lo hicimos a bordo,
temprano. Unos embutidos, algunos quesos, paté, pan y tomates acompañados de un
buen vino.
Pusimos el despertador para la una.
En mitad de
la noche largamos amarras y nos dirigimos a la salida del puerto.
En cuanto
doblamos Cabo Gris-Néz empezamos las guardias.
El abundante tráfico nos mantenía entretenidos durante las guardias, los del dispositivo del
Canal de La Mancha y los canales de entrada a Calais y Dunkerke, con multitud
de boyas de navegación. Pero también la luna llena con su reflejo plateado
sobre el mar dejaba hipnotizado.
A
continuación el amanecer, con sus luces y colores te volvía a maravillar…
Fuimos
afortunados con el tiempo y la navegación fue muy tranquila.
A mediodía
llegamos al puerto belga de Zeebrugge, salida al mar de Brujas (Brugge). Debido a las amplitudes de marea, a veces los espigones y muelles no dejan ver los barcos que salen y entran, así que hay grandes semáforos que te indican si está saliendo alguno, como así fue y esperamos a que se pusiera en verde, tras la salida de un mercante por la bocana, para adentrarnos en el puerto.
Al llegar a
la marina (Bruges Sailing and Yacht Club [BZYC]), la primera que te encuentras
y la más nueva, pues a continuación se encuentra la más grande (Royal Belgian
Sailing Club [RBSC]), nos echó una mano un hombre con aspecto de anacoreta que
se encontraba en el pantalán pintando un gran velero de acero. Amablemente nos
dio todas las indicaciones, incluso el código de acceso a los pantalanes y a
los baños, pues, según nos dijo, el encargado se encontraba en ese momento muy
ocupado navegando ;-)
Carlangas
nos cocinó un plato que llamamos “Smile”: huevo de oca frito, con berenjenas a
la plancha y espárrago blanco (todo del mercado de Boulogne) adornado con
embutido… J De sobremesa un Oporto, o dos…
El
“anacoreta” se nos acercó para pedirnos ayuda moviendo el barco que estaba
pintando y entablamos amistad. Se llamaba Piet Van Praet, cuya traducción era
el nombre de su barco: “Pepe Parole”. Un tipo afable y excéntrico que poco
tardó en invitarnos a una barbacoa a bordo del “Pepe Parole” para cenar. Piet
era Pepe, y así lo llamamos en adelante. Lo de Parole, descubriríamos más
tarde, además de la traducción de su apellido, era porque le gustaba hablar… Algo
tendría que ver que vivía solo en su barco.
Se fue a
comprar la carne y demás cosas. Mientras aprovechamos para una siesta.
El “Pepe
Parole” era un robusto velero de acero que llevaba tiempo preparando para irse
por el mundo, incluso los Polos. Piet, o Pepe, era un artista, de cierta
relevancia local que había cambiado el molino en el que vivía por el barco. Al
parecer, hace tiempo era un acaudalado hombre de negocios, pero lo dejó todo
para dedicarse a su arte y ahora a su barco. Como dije, algo excéntrico, casi
un “loco”.
Cenamos la
barbacoa en cubierta y nos reímos un rato con el bueno de Pepe, brindando con vino de tetra brick y que sin embargo entraba estupendamente. Refrescó e
insistió en enseñarnos un vídeo de un par de entrevistas que la televisión
belga le había hecho hacía unos años. Accedimos, aunque estábamos ya algo
cansados. El vídeo y el relato de su vida acabaron con nuestras últimas
energías. Con la excusa de que al día siguiente debíamos seguir ruta nos
retiramos a nuestro barco.
Previamente
ya habíamos decidido salir, de acuerdo con las corrientes, a última hora de la
mañana siguiente.
Zeebrugge es
un pueblo de construcción reciente, hoy prácticamente un satélite de Brujas.
Destruido en la primera guerra mundial debido a que los alemanes habían
establecido allí una base con astillero de submarinos, motivo que la volvió a
devastar durante la segunda. Fue levantada de nuevo a mediados del siglo XX, en
torno a la reconstrucción y ampliación de su puerto, ligado a Brujas. También
gracias al tirón que en los años 30 tuvo su hotel balneario y sus playas de
dunas.
Me levanté
temprano para echar un vistazo al pueblo. Realmente poco que ver, a parte de su
iglesia, que fue reconstruida tal como era, y algunas casas singulares. Sin
embargo me gustó su disposición y tipología como zona residencial, limpio y
bien comunicado. Al fondo de la marina
vecina hay un museo hecho en torno a un viejo barco faro de construcción local,
al igual que un submarino que debe ser la estrella del lugar.
Al otro lado
de una base militar, el muelle de grandes cruceros es un constante ir y venir
de autobuses que llevan y traen a los turistas a visitar Brujas.
Al final de
la mañana dejamos Zeebrugge para acometer la última etapa hasta Hindeloopen.
Teníamos un
buen día de viento, mar y sol. Rumbo a la punta de Westkapelle debíamos,
primero, cruzar la primera de las muchas y concurridas “barcopistas” que
tuvimos que atravesar. Esta, que se adentraba ya en el sur de Holanda, fue como
cruzar una autopista, mirando hacia ambas bandas para elegir en qué momento
hacerlo. Por la popa del mercante negro que viene por babor y cortando la proa
del rojo que viene más allá, por estribor. El AIS nos supuso una gran ayuda en
esta travesía.
Pero fuera
de los dispositivos también estaba entretenido. Infinidad de balizas de
navegación, indicando zonas de bancos de arena y otras cosas, lo parques
eólicos marítimos, los pesqueros y otros tipos de barcos. Incluso nos topamos
con el auténtico “Holandés errante”. En el AIS lo vimos aparecer por nuestra
proa, lo empezamos a distinguir visualmente justo en nuestro rumbo. El AIS
decía que era un buque de búsqueda y salvamento. Nos íbamos acercando, a vuelta
encontrada, y le di unos 20 grados a estribor al piloto automático. En el AIS
parecía entonces que él caía también a la misma banda (su babor). Un momento
después corregí de nuevo 20 grados hacia babor y parecía que de nuevo el caía a
la misma banda. Según también el AIS navegaba a unos tres nudos. Lo teníamos ya
muy cerca y a pesar de las repetidas correcciones de rumbo que hicimos, nos
echábamos encima. Bajamos revoluciones y, prismáticos en mano, intentamos ver
qué hacía. Pronto, pasando a su costado, vimos que no había nadie en cubierta,
ni siquiera en el puente, pues a esa distancia se distinguía perfectamente. El
motor estaba encendido pero iba al garete. Esos tres nudos que marcaba el AIS
no eran más que la velocidad a la que lo arrastraba la corriente. Por la proa
le colgaba un cabo que se hundía bajo la roda. En popa, su pabellón enroscado…
todo un barco fantasma.
Estuvimos
dudando si informar por radio a la costera, pero si conseguíamos contactar nos
costaría explicarnos. Mientras lo hablábamos, el barco iba quedando atrás y
entonces escuchamos por el VHF a dos barcos hablar sobre el nombre del que nos
acabábamos de cruzar. Dada la hora del día y que nos encontrábamos en una zona
concurrida, entendimos que lo tenían controlado y continuamos nuestro camino.
Un poco más
adelante vimos dos focas. La primera vez que las encuentro en libertad en el
mar. Algo después nos cruzamos con un bergantín francés con todo el velamen
desplegado, precioso. Y así fue transcurriendo la tarde.
Nos
acercábamos a la entrada del puerto de Rotterdam, un auténtico cruce de vías
marítimas, con zonas de fondeo donde había un montón de mercantes y petroleros
fondeados a la espera de entrar.
Entonces apareció una patrullera, esta vez se
trataba de un guardacostas holandés. Nos pasaron cerca y pasaron de largo.
Luego dieron la vuelta, fueron hacia nuestro barlovento. A cierta distancia
pararon y al rato echaron al agua una neumática. Esta salió en otra dirección y
fue trazando un arco bordeándonos hasta que finalmente, tras marear la perdiz
un rato, se dirigió hacia nosotros… Buff, otra vez! Subieron a bordo.
Papeles e
inspección. Le dijimos que un par de días atrás una patrullera francesa nos
había parado y les enseñamos el papel con lo que nos habían inspeccionado.
Parecía que lo leían con atención y cuando terminaron dijeron: Muy bien, pero
ahora haremos nosotros la inspección… Abrid el depósito del agua… (su registro
es una tapa sellada con un montón de tornillos…). Querían también abrir el
depósito de día del gasoil, pero les convencimos que de hacerlo saldría todo el
gasoil, teniendo que demostrarles que dentro había combustible. Miraron todo el
barco y revolvieron todos los tambuchos. Muy pesados, aunque muy correctos.
Antes de
irse nos recomendaron que llamásemos al control de tráfico de Rotterdam para
consultarles por dónde debíamos pasar. Así lo hicimos.
Antes de la
puesta de sol salimos por fin de esa encrucijada y seguimos navegando hacia el
norte.
Por la
noche, parques de generadores eólicos, zonas de fondeo de grandes barcos y el
cruce de la entrada de Ijmuiden-Amsterdam, nos mantuvieron atentos, pero sin
problema.
Por la
mañana teníamos ya en la proa el faro Lange Jaap de Grasdijk que marca el canal
de entrada al Mar de Wadden. Nos adentramos en el canal balizado con fuerte
corriente a favor. Perfecto!
A partir de
ahí es importante seguir a rajatabla los distintos canales balizados, con sus
desvíos, pues fuera de ellos son aguas poco profundas.
Cogimos el
primer desvío a estribor, y más delante de nuevo a estribor por el estrecho
canal hacia Den Oever, donde se encuentra la primera esclusa de entrada al mar
interior, en el extremo Oeste del larguísimo dique Ijsselmeer. Seguimos a un
grupo de cinco veleros en fila que sin duda se dirigían a la esclusa. Al llegar
hicimos lo que los demás, amarrarnos a un largo muelle a la espera de que
abrieran la esclusa. En menos de diez minutos salieron todos zumbando y
nosotros detrás.
En la
esclusa amarramos a una banda, cerraron la compuerta a nuestra popa, bajó el
nivel del agua y abrieron la otra compuerta a nuestra proa. Salimos todos
rápido, cruzándonos con otro grupo de veleros que se adentraba en la esclusa en
sentido contrario. Sencillo.
Ya estábamos
en el mar interior, ahora el agua que teníamos bajo la quilla era dulce. El día
encapotado había dejado paso a un sol que ya calentaba. Salimos por el canal
balizado hacia el sur, pero pronto nos desviamos hacia el Este, a rumbo directo
hacia Hindeloopen.
Como era
sábado, había un montón de barcos navegando, muchos de ellos eran los
tradicionales “lemsteraak”, con sus características orzas abatibles laterales.
Antiguos barcos de trabajo de la región de Frisia, ahora reconvertidos en
barcos de placer.
A primera
hora de la tarde nos incorporamos al canal de entrada del puerto deportivo de
Hindeloopen y enfilamos su estrecha bocana. Allí nos esperaban los armadores
Markus y Martina, que nos indicaron el intrincado camino hasta el amarre.
Finalizábamos
así una travesía que habíamos previsto hacer en quince días, y que, sin
embargo, nos llevó once.
Hindeloopen
es un pintoresco y precioso pueblecito, inmerso en un paraje natural
espectacular, rodeado de granjas de cría de ovejas, vacas y caballos. Con su
arquitectura tradicional y sus típicos canales con esclusas manuales.
Tuvimos
suerte con el tiempo, pues el siguiente día fue de temporal de viento y lluvia.
Nuestra estancia allí fue sólo de un par de días, suficiente para deambular por
el pueblo y sus alrededores. Una maravilla.
El martes,
Martina y Markus nos llevaron en coche hasta Schiphol, el aeropuerto de
Ámsterdam, donde cogimos el vuelo de vuelta a casa.