Un lugar nada aburrido para los navegantes y a los que les
gusta la naturaleza agreste, con una temperatura, ahora, veraniega pero sin los
achicharres de más al sur, fresca incluso en algunos momentos, donde en sus
escasas Rías podemos encontrar genuinos puertos pesqueros en los que se come de
fábula y seguros y solitarios fondeaderos.
Allí es fácil que se alternen días luminosos de sol, en los
que los colores brillan con intensidad, y grises días de niebla y orballo
(llovizna) que también tienen su encanto y que pueden acabar en tarde soleada.
Hablo de la gallega “Costa da Morte”, la tierra del percebe, del
pescado y marisco en general, una zona con leyenda y cierto halo de tragedia
que te hace permanecer alerta, pero apacible cuando quiere y siempre
hospitalaria.
Pasamos unos días por ahí a bordo del Marola IV.
Desde el puerto de Sada, en la Ría de Ares, zarpamos hacia
las Islas Sisargas, situadas a unas 25 millas al oeste, en un día soleado con
buen viento del norte que nos empujó, navegando de través, a muy buena
velocidad, 8,5 – 9 nudos.
Dejados por el través de babor los Bajos de Baldayo
arribamos para embocar el estrecho de Sisargas, a través del cual se accede a
un precioso fondeadero entre las tres islas que componen el archipiélago de las Islas Sisargas ( La Sisarga Grande, La Malante y La Sisarga Chica). Protegido
de los vientos de componente norte,
tiene un par de tenederos de arena, pequeño pero suficiente para dos o
tres barcos a la vez.
En esta ocasión había un velero inglés cuando llegamos y
nos obligó a elegir la zona de fondo de arena más cercana a tierra. Aún así,
como precaución, le coloqué un orinque al ancla.
En la Sisarga Grande hay un pequeño embarcadero que daba
servicio al farero, desde donde sube un zigzagueante camino que lleva hacia la
parte más alta de la isla, donde está el faro.
Comimos y descansamos y bien entrada la tarde levamos ancla
para dirigirnos al puerto de Laxe, a unas 12 millas. Para salir del fondeadero
pusimos rumbo SW hasta librar los bajos de
La Carreira y después WSW para dejar por babor la piedra de Couze,
frente al faro de Punta Nariga.
Franqueando el lado norte de la Ría de Corme y Laxe se
encuentra el Bajo del Roncudo, que se aprecia a simple vista y que dejamos por
babor, dando un respeto de poco menos de una milla hacia el oeste del faro y
respetando también el Bajo de La Avería que se libra en cuanto se pone rumbo
hacia la Ensenada de Laxe.
Laxe es un pueblecito marinero bastante pintoresco situado
en el extremo de una playa de arena blanca como el caolín. Entre el puerto y la
playa es un magnífico fondeadero, sólo abierto al norte, pero del que nos puede
proteger el espigón del puerto. Además estaba previsto para esa noche que el
viento rolase al sur.
Ahí fondeamos y echamos el auxiliar al agua para desembarcar
y cenar en el pueblo. Entre otras cosas los percebes aquí por lo menos hay que
probarlos.
De vuelta en el barco el pueblo brillaba bajo la mirada de
la luna, ya con nuestra proa apuntando al sur, en lo que fue una noche
tranquila.
Al contrario que la jornada anterior, el día amaneció
cubierto y lluvioso, pero pronto cesó el orballo y después de desayunar dejamos
el fondeadero para dirigirnos hacia la vecina Ría de Camariñas – Muxía.
Con viento del SW y algún banco de niebla navegamos a motor
y pronto alcanzamos Cabo Vilán, cuyo perfil se recortaba entre las nubes bajas.
Nos ajustamos a la punta del Cabo para pasar la piedra del Bufardo por dentro y adentrarnos en la Ría entre el
Arrecife de Punta del Cuerno y el Bajo de las Quebrantas.
Por popa fuimos dejando el Cabo Vilán que se difuminó entre
la niebla como la silueta de un dragón adentrándose en el mar, enfrente la
Punta de la Barca.
En cuanto amarramos en la cabecera de uno de los pantalanes
del CN de Camariñas llegaron a la dársena los barcos de la procesión del pueblo
vecino, tocando sus sirenas, y presenciamos el colorido espectáculo desde
primera línea.
Comimos a bordo y por la tarde, después de la siesta, abrió
el día, mostrándonos el verde fondo de la Ría. Un auténtico paraíso.
Un paseo por el pueblo y al anochecer a cenar. Todo muy
“estresante” J
Por la noche, algunos veleros fondeados en la rada se mecían
casi imperceptiblemente, como fantasmas en la oscuridad, mientras el reflejo de
sus luces de fondeo acariciaba el agua.
A la mañana siguiente algunas nubes altas fueron dejando
espacio al cielo azul. Abandonamos el
puerto de Camariñas para dirigirnos hacia Fisterra.
Paso frente al santuario de la Virgen de la Barca y su faro
al salir de la Ría por el lado sur, más tarde doblamos Cabo Touriñán, vigilando
por nuestro babor su piedra puñetera, el Farelo, situada a media milla al oeste
del faro. En esta zona raro es el cabo que no tiene una piedra peligrosa a la
distancia que se pasaría si no la tuviera. Peligrosas porque no velan pero, a
poca mar que haya, rompen.
Más al sur Cabo La Nave, que pasamos raspando para colarnos
por dentro del islote del Centolo de Fisterra, aprovechando que la mar nos
permitía acercarnos a los rocosos acantilados y ver desde abajo,
empequeñecidos, el mítico faro de Cabo Fisterra.
Ningún otro barco fondeado alrededor en este mágico entorno, “igualito” que en Espalmador o
Illetas… salvo que aquí el agua es más
refrescante.
A última hora de la tarde levantamos el fondeo para volver a
fondear tres cuartos de milla más allá, en la rada del puerto de Fisterra,
donde desembarcamos con el auxiliar para ir a cenar a tierra.
Por la noche de
nuevo la luna sobre el pueblo y junto a nosotros un par de veleros más. Qué
tranquilidad! Costaba irse a dormir por lo bien que se estaba en cubierta,
mirando la luna.
Al día siguiente, temprano, levamos el ancla, aún con parte
de la tripulación en brazos de Morfeo. De retorno hacia el norte volvimos a
doblar el Cabo que ahora se presentaba bajo el fondo gris del cielo encapotado.
Aún con viento sur desplegamos vela para dirigirnos de nuevo
hacia Camariñas, donde desembarcaría la tripulación salvo el armador y yo que
continuaríamos, desandando el camino para llevar el barco hasta su puerto base.
Otra vez nos encontramos con un ligero orballo y algún banco de niebla, pero
todo cambió en cuanto salimos nuevamente de Camariñas.
Con sol y buena visibilidad distinguimos bien las rompientes
del Bajo de Las Quebrantas por babor antes de doblar Cabo Vilán que, al
contrario de en la bajada, ahora brillaba en todo su esplendor.
Por la tarde volvió a encapotarse el cielo pero manteniendo
una muy buena temperatura, navegando muy rápido y tranquilamente, en cuanto nos
dimos cuenta estábamos pasando ya el estrecho de las Sisargas desde donde
pusimos rumbo casi directo a la Ría de Ares y en nada quedaron las islas lejos
por la popa.
Arribamos al puerto de Sada a eso de las 19:30 horas, lo que
supone una media de velocidad realmente buena, tras cuatro días disfrutando de
este paraíso marítimo que nos supo a poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si eres una persona de bien, deja aquí tu comentario