domingo, 7 de junio de 2015

DE VALENCIA A LA CORUÑA

Por mucho que se repita una ruta no quiere decir que las travesías sean iguales, ni mucho menos, aunque lo pueda parecer. Cada una de ellas tiene algunas singularidades o momentos especiales por las que las recuerdas.
Durante la segunda quincena de mayo hemos “rescatado”, o al menos hemos hecho lo posible para poder llevar desde Valencia hasta La Coruña a un velero que estaba necesitado de cariño y cuidados en una travesía que, plagada de buenos momentos, la gran mayoría, seguramente recuerde por la penúltima noche de navegación, en la que no lo pasamos tan bien. Quizá también por el trabajo que nos dio el puñetero y lo difícil  de sintonizar que en algunos momentos se mostró.
Un viejo 50 pies, un buen barco que nos acogió confortablemente, a pesar de las limitaciones que provocaron cierta  falta de dedicación y mantenimiento, que tratamos de paliar precipitadamente para poder hacer las 1.055 millas que nos separaban de su casa.
Jose Manuel y yo llegamos a Valencia un lunes a media mañana. En la Marina Real Juan Carlos I nos encontramos un barco triste y sucio, algo reseco por el sol, la sal y la intemperie.  Quizá no en exceso, pero a mí me produjo una sensación  de barco herido.
En cuanto subimos a bordo nos pusimos manos a la obra. Primero una fregada general de la cubierta, reconocimiento interior  de su motor (más joven que el barco), grifos de fondo, sentina, pernos de la orza, bombas, funcionamiento de instrumentos, elementos de seguridad, en fin, un montón de cosas, incluida una buena limpieza interior. Más o menos lo que esperábamos.
El principal problema, en principio, era que el barco debía pasar la ITB, algo que el armador rescatador trató de solventar a distancia en cuanto se dio cuenta de este pequeño detalle. Por lo que el tema estaba mediamente organizado a priori. Como el barco tenía la obra viva también sucia, se trató por todos los medios de encontrar un hueco y un lugar donde poder sacar el barco del agua para limpiarlo y  que el perito pudiera verle los bajos, algo difícil en estos momentos álgidos de preparación de la temporada.

El armador había contactado con un buzo para que hiciera al menos la limpieza indispensable, es decir: hélice, tomas de agua de refrigeración, la pala del timón y un repaso a la línea de flotación, pero sospechaba que eso no sería suficiente. Quedé con el buzo a primera hora de la tarde, pero antes nos tomamos un respiro para picar algo y bebernos una cerveza en un chiringuito del puerto. Después el buzo nos confirmó  la cantidad de bicho que el barco tenía por debajo.
Navegar con un barco sucio supone menos velocidad y por tanto menor gobernabilidad y mayores tiempos, lo que en caso del uso del motor significa mayor consumo y menor autonomía.
Al final del día, ya bien cansaditos de tantas cosas que hay que preparar y revisar en un barco para una travesía, nos agasajamos con una paella en un restaurante junto a la marina, en la playa de la Malvarosa.

Se consiguió, para el mediodía siguiente, que en el RCN de Valencia nos suspendiesen el barco durante la hora de comer de los marineros sólo para que lo inspeccionase el perito, que por cierto era un buen tío, pero no podían pasarle un chorreón de agua a presión, por lo que Jose Manuel y yo, provistos de unas espátulas de teflón compradas en un bazar chino, estábamos dispuestos a limpiar todo lo posible durante ese tiempo.
El martes por la mañana repusimos el material de seguridad caducado y algunas cosillas más que tardaron un poquito en llegar. Con la ayuda de unos vecinos de pantalán franceses, que tenían coche, Jose Manuel se acercó a hacer la compra de víveres. Una vez estibado todo sólo esperábamos a que llegasen las últimas cosas que habíamos encargado en una náutica local y que como he dicho se retrasaron un poquito. Desde el varadero me llamaron para comunicarme que adelantaban la hora para levantar el barco, así que íbamos ya un poco justos.
Desde la Marina Juan Carlos I, hasta el RCN de Valencia no hay demasiada distancia por tierra, pero por mar hay que dar toda la vuelta a los dos puertos comerciales, lo que supone algo más de 5 millas. Zarpamos y en cuanto salimos por la bocana comprobamos que el barco no daba más de 5 nudos a 2.500 rpm. Eso nos llevaría, por tanto, aproximadamente una hora de navegación. Con cierto agobio, pues no llegábamos a tiempo, nos ayudamos con el génova, ya que la mayor aún había que relingarla,  a lo que hubo que sumarle que yo no iba por Valencia desde el siglo pasado, cuando la base española de Copa América no eran más que dos contenedores en una explanada junto al club náutico y no había construido casi nada de lo que hoy es un gran puerto con cuatro bocanas, o sea que no lo conozco y tampoco contábamos con cartucho de detalle en el plotter ni carta de la zona, razón por la que casi nos confundimos de bocana.
Cuando finalmente llegamos al travel lift del RCN los marineros ya se habían ido a comer y en el muelle nos esperaba pacientemente el perito. Fue haciendo la inspección en el interior del barco y al poco pudimos izar el barco. En cuanto bajamos, Jose Manuel y yo nos pusimos a rascar la obra viva, llena de un duro caracolillo junto a coral rojo. Estaba realmente sucio y así nos explicamos que no diésemos más de cinco nudos de velocidad.
Era muy posible que en la costa portuguesa nos encontrásemos con viento norte, y con el casco así nos iba a costar mucho remontar.
A los cinco minutos alguien, que entiendo que era el contramaestre, nos dijo que no podíamos hacer eso. No podíamos rascar el casco durante el escaso tiempo que estaría el barco suspendido para la inspección ya que no éramos socios del club. O sea, como el perro del hortelano que ni limpia ni deja limpiar. Contrariados, pero sin rechistar, lo dejamos. Se bajó el barco, y como el tema económico estaba arreglado por el armador, una vez terminado el trámite de la ITB nos marchamos.
Nada que objetar a los marineros ni contramaestre del club que cumplen órdenes de una directiva fenicia y pesetera sin un ápice de solidaridad marinera. Si puedo evitarlo no vuelvo a poner el pie en el RCN de Valencia.

Fuera de la bocana relingamos e izamos la vela mayor, desplegamos el génova y pusimos rumbo a Cabo San Antonio con un viento de unos 17 nudos del través. Digo de unos porque ni el anemómetro ni la veleta funcionaban.

Por detrás se iba echando encima un frente oscuro del que pronto se descolgaron unos cuantos rayos. Nos alcanzó, arreciando el viento hasta unos 25 nudos y empezó a llover. Atravesados a la mar la navegación fue bastante incómoda, con mucha escora que nos obligó a ir reduciendo trapo hasta quedarnos  con medio génova y apenas un triangulito de mayor.
Mal empezaba la travesía.
Sin haber tenido tiempo para comer, en esas condiciones la cena se limitó a un par de sándwiches, pero en cuanto alcanzamos Cabo San Antonio y doblamos Cabo La Nao pudimos ponernos popa a la mar y desplegamos todo el génova, en una navegación ya más cómoda.

A partir de la media noche fue dejando de llover, aunque seguían viéndose rayos alrededor y la temperatura era fresca. Con mar formada navegábamos bien en popa, a buena velocidad a pesar del estado del casco.

Amaneció un día gris con un viento que seguía soplando en torno a los 20 nudos de la popa, mientras hacíamos rumbo directo a Cabo de Palos.
Jose Manuel, que cuando está a bordo tiene asumido el papel de cocinero, se puso pronto con la cocina, con esos aromas embriagadores que suben a cubierta cuando empieza con su alquimia, pues había ya ganas de una comida caliente.

A primera hora de la tarde alcanzamos Cabo de Palos y el cielo se abrió, dejándonos una tarde estupenda. Desde tierra se nos acercó otro velero, aparejado con medio génova y media mayor, que en cuanto dobló el cabo se puso paralelo a nosotros. En un principio andábamos más que él sólo con nuestro génova, algo que me sorprendió gratamente, pero en cuanto atangonó y se puso a orejas de burro empezó a planear en las olas y emprendió una huída hacia adelante, dejándonos rápidamente atrás.

Según recortábamos millas hacia Cabo de Gata la mar se fue moderando y el viento se entabló en torno a los 15 – 16 nudos. Desplegamos toda la mayor y atangonamos también el génova en orejas de burro a media tarde. Un poco después roló un poquito, arrumbando hacia Carboneras en una navegación tranquila y placentera. Alcanzamos ese punto ya de noche y trasluchamos para seguir paralelos a la costa del Parque natural de Cabo de Gata – Níjar el resto de la noche, con algunos relámpagos en la lejanía que no nos llegaron a afectar.

Empezó a clarear de nuevo el día mientras pasábamos el Cabo de Gata y volvimos a trasluchar para arrumbar hacia el fondo del Golfo de Almería, dentro del cual navegamos unas deliciosas millas con buena brisa y mar plana hasta que nos aproamos para recoger velas y arribamos al Club de Mar de Almería, donde esperaríamos a dos nuevos tripulantes.

Preguntamos allí si tenían travel lift para varar el barco, pero no. Afortunadamente mi hermano, que vive en San José, me prestó un equipo de buceo con el que pude solventar en gran parte el tema de la limpieza de la obra viva. Tras tres horas de inmersión, espátula en mano, pude despojar de caracolillo y coral casi todo el casco, excepto parte de la orza y el bulbo, pues se me acabó el aire de la botella y empezaba a estar cansado y arrugado como una pasa.

Nos fuimos a picar algo y después cayó una merecida siesta, aunque no duró demasiado pues seguía habiendo cosas que hacer en el barco. También repusimos el reflector de radar que se soltó de la jarcia durante la primera noche.
Al final de la tarde llegó uno de los tripulantes que esperábamos, Jesús,  miembro antiguo de la tripulación, y nos fuimos a cenar. Por la noche, al volver al barco llegó la cuarta tripulante, Carmela,  que ya navegó también con nosotros en varias travesías.
El jueves amaneció un día espléndido y en cuanto hicimos una nueva compra de vituallas y liquidé con la marina zarpamos. Con una buena brisa portante y mar rizada dejamos el Golfo de Almería. Se notaba el repaso de la obra viva y el barco navegaba más aliviado y ligero.

Sol, música, buena compañía, buena brisa y buena mar, todo parecía perfecto. Al dejar el Golfo arreció un poco el viento y navegamos en popa a rumbo directo hacia Punta Europa, en un principio con el génova y la mayor a una banda, más tarde atangonamos el génova a orejas de burro.

Un comidita ligera pero sabrosa y la compañía de los delfines… pero a la hora de la siesta, en un pequeño bandazo, descubrimos que salió agua entra las panas del suelo en el interior de la cabina. Levantamos para descubrir la sentina llena de agua, incluso la del motor. Repaso rápido a todos los grifos de fondo y bocina del eje, hasta que la probé y pufff!, era dulce, menos mal. 
Lo primero que pensé es que con el bandazo se había desbordado alguno de los depósitos de agua dulce por su tapa de registro.
Este barco tiene depósitos suplementarios de agua que se añadieron para el cruce del Atlántico, uno en proa, que vaciamos para aligerarla, dos en las bandas en el centro del barco y otro grande en popa, en total unos 700 litros.
Con el movimiento la bomba de achique no servía, aunque al principio pensamos que no funcionaba bien y la desmontamos y la probamos pero iba bien, así que nos pusimos a achicar a mano compartimento por compartimento, siendo más complicado el del motor, hasta que lo dejamos completamente seco. Un pequeño susto y trabajo extra, pero nada más.
Revisamos los depósitos (por supuesto no había indicadores de nivel). El de popa estaba lleno, pero los centrales, que están comunicados entre sí, apenas tenían un fondo de agua. No habíamos consumido casi 300 litros de agua ni de coña, así que la cosa apuntaba a que uno de los dos, o los dos, perdía. Cambiamos las llaves para tirar del de popa y lo dejamos estar.
Llegó el crepúsculo y continuamos navegando a orejas de burro durante toda la noche. Las baterías empezaban a estar algo bajas y aprovechando que amainó bastante el viento al entrar la noche nos apoyamos en el motor.
Por la mañana, la concentración de petroleros y mercantes alrededor (aunque menos que en otras ocasiones) nos indicaba la proximidad del Estrecho y pronto empezamos a distinguir el peñón entre la bruma por la amura de estribor.

Trasluchamos frente a Punta Europa para dirigirnos  a Gibraltar y tras la tradicional yincana entre petroleros y buques nodriza amarramos en la gasolinera para rellenar el tanque. Después nos dirigimos a la vecina Marina Alcaidesa, en La Línea, donde amarraríamos hasta el día siguiente. Es que tenía que comprar tabaco…

Comida rica en la Línea y mucho caminar. Hubo siesta a bordo pero no duró mucho, pues descubrimos que la sentina volvía a estar llena de agua, aún dulce. Casi desmontamos todo el interior para achicar aquí y allá, al tiempo que buscábamos de dónde salía toda esa agua, o es que acaso había brotado un manantial a bordo.
Nos pasó la tarde enfaenados y a última hora tres de nosotros nos fuimos de paseo a la colonia británica. Es que tenía que comprar tabaco…  pero no, porque me cerraron el kiosko en las narices. A la osho ocló clóse, ea, como manda su grasiosa mayestí.
Nos dimos una vuelta por un pueblo desierto, salvo por los numerosos judíos ortodoxos que parecía que lo habían tomado en previsión de que se les acabe el chollo en Palestina, y los más genuinos británicos que se concentraban en los pubs.
Cansados de tanto andar, nos volvimos al barco donde nos esperaba Jose Manuel con una magnífica cena. Creo que tallín con arroz, como siempre suficiente para toda la tripulación del Juan Sebastián Elcano, y además buenísimo. Después sesión cine en el salón Acapulco con una buena peli que el propio Jose Manuel nos buscó en su tableta, acompañado de unos mojitos que Jesús preparó, recolectando la hierba buena de la plantación de a bordo. Mala vida la del navegante… pero a pesar de las apariencias, en realidad en esta recalada, lo que se dice descansar, no descansamos.

A las 09:00 h(una hora menos unos metros más allá), hora de apertura de la oficina, estábamos ya amarrados en el muelle de espera, y eso que antes me había ido hasta la colonia y vuelto. Es que tenía que comprar tabaco… y  a pesar de que era domingo, hubo suerte y ese kiosko abría.

La mañana estaba lluviosa, con buen levante  que nos empujó a lo largo del Estrecho y más allá, mejorando el tiempo según nos fuimos alejando del Estrecho. 

Navegamos en popa a rumbo directo hacia Cabo San Vicente, con un viento de entre 15 y 18 nudos. Cuando dejamos atrás Isla Tarifa trasluchamos para amurarnos a estribor y en principio atangonar el génova a orejas de burro. 
Aquí el piloto automático, excesivamente sensible al trimado de las velas y con 10 rangos de respuesta, se volvió loco, pegando correcciones de hasta 50 grados a cada banda, llegando incluso a hacernos trasluchar. Es extraño pues ni el viento ni las olas eran excesivos y la configuración de velas a orejas de burro es de las más estables, con vela a ambas bandas centra el centro de empuje velico.  Lo intentamos todo, aumentar el rango de respuesta al máximo, que fue peor. Reducirlo casi al mínimo, con lo que se estabilizó un poco más, pero al rato volvimos a hacer eses. Desatangonamos el génova para amurarlo a la misma banda que la mayor, redujimos mayor hasta quitarla del todo y navegar sólo tirados por el génova, pero navegábamos lentos y era una pena desaprovechar ese buen viento de popa que sabíamos que más adelante se iba a acabar, así que volvimos a desplegar toda la vela, atangonando de nuevo el génova y, harto del piloto, decidimos llevarlo a mano. Iban a empezar las guardias y sería un latazo, pero…

Al entrar la noche el viento se vino abajo y encendimos el motor, recogiendo el génova y dejando la mayor, con lo que pudimos volver a conectar el piloto automático.
Al día siguiente, estando ya a la vista de Punta Sagres, en el Algarve portugués, tuvimos una brisa que nos animó a desplegar el génova, pero pronto fue rolando hacia la proa al tiempo que arreciando. Aguantamos un poco, variando el rumbo hacia tierra pero finalmente volvimos a recoger y a encender el motor para arrumbar directamente hacia Punta Sagres y Cabo San Vicente, que doblamos por la tarde, pasando justo pegados al espectacular faro.

Después de variar varios grados el rumbo para apuntar la proa hacia Cabo Espichel la brisa seguía viniendo de proa y con el crepúsculo casi desapareció. Afortunadamente la mar estaba muy tranquila, avanzando bien a motor durante toda la noche y a ratos ayudados por las velas para aprovechar la brisa que se había abierto los grados suficientes para permitirnos hacer rumbo directo hacia Cascáis, a donde arribamos al mediodía. Estábamos cumpliendo bien los tiempos.

Repostamos gasoil nada más entrar y a continuación nos dirigimos al amarre que nos asignaron. Sin perder tiempo fuimos a comer a un pintoresco chiringuito cercano a la marina. Como no, bacallau grelhado. Muy bueno.
Después de comer, Carmela y Jose Manuel desembarcaron (cada uno a su manera J) y cogieron el tren a Lisboa para volver a casa. El trabajo los reclamaba.
Jesús y yo aprovechamos la tarde para también coger el tren e ir al Village de la Volvo Ocean Race. La verdad es que me pareció un triste parque de atracciones, además no estaba prevista la llegada de los barcos hasta primera hora del día siguiente. Una lástima, por los pelos.
Cansados, al anochecer volvimos al barco y de nuevo a achicar la sentina, algo que ya se había convertido en una rutina en esta travesía. A última hora llegó un nuevo tripulante, Nikos, con el que ya habíamos compartido millas antes.
Un pequeño incidente con la corriente del pantalán estuvo a punto de causar un ligero rifi-rafe con unos vecinos ingleses, gorditos y sonrosados ellos, a bordo de un Swan, pero no llegué a calentarme lo suficiente, en parte gracias a la templanza de Jesús.

Amaneció un día brillante y tranquilo, a pesar de haber estado soplando fuerte durante la noche. Aún así la meteo no pronosticaba nada bueno para la remontada del resto de costa portuguesa. Nada fuerte, pero viento del norte hasta Galicia. Aquí se vería si la limpieza del casco había sido la suficiente.
Salimos por la bocana, sólo una hora y pico antes nos hubiéramos cruzado con el Azzam Abu Dhabi de la Volvo Ocean Race ¡kachiss! y desplegamos la mayor para ayudar al motor y estabilizar, porque aunque en principio la mar estaba tranquila, el hecho de que portase la mayor o no, podía significar un nudo más o un nudo menos, a veces más.
Al poco de haber dejado atrás Cabo Raso viramos hacia el norte, a rumbo para pasar entre las Islas Berlengas y Cabo Carvoeiro, dejando pronto el Cabo da Roca por estribor.
Alcanzamos el estrecho entre las islas y tierra al atardecer y la verdad es que las condiciones estaban siendo mejores de lo esperado, incluso el viento roló los grados suficientes para permitirnos hacer rumbo directo al sur de Galicia. Aún así la tripulación empezaba a alicaerse.
Para la comida les hice un arroz Prestige (arroz meloso con calamares en su chapapote), cuya técnica aprendí de Jose Manuel y que ayudó a asentar los estómagos, pero por la noche sólo les entró una tortillita francesa con queso y monyó (dícese del jamón cocido de la zona de York), y menos mal.
No obstante todos cumplimos con nuestras guardias religiosamente, una guardia de tres horas cada uno y además la noche fue tranquila. Un pajarito pidió posada y, exhausto aterrizó, se acurrucó, durmió toda la noche, aligeró sus intestinos y con fuerzas renovadas voló. En mi opinión estaba yendo “demasiado” bien.
La mañana siguiente continuó tranquila, pero al mediodía empezó a animarse, in crescendo olas y viento sin prisa pero sin pausa a lo largo de la tarde.

Algunos pantocazos avisaban de que la mar estaba formándose y tuvimos que caer unos grados de rumbo hacia tierra para que la mayor contribuyese más al avance del barco. A última hora ya podíamos distinguir, algo brumoso, el Monte Tecla, que marca la desembocadura del Miño y el inicio de la costa gallega. La humedad se hacía notar en el ambiente.

A la puesta de sol la cosa ya estaba bastante incómoda, el viento pasaba de los 25 nudos  y las olas nos ralentizaban bastante. Nos estaba costando alcanzar la costa gallega. 

Cuando por fin entramos en aguas españolas nos encontrábamos ya bastante cerca de tierra y el viento superaba los 30 nudos y la mar se había encrespado mucho, dejándonos en ocasiones casi parados.
Con la escora la aguja del el indicador del gasoil  rebotaba contra el mínimo y dado nuestro penoso avance me hacía dudar de que tuviésemos suficiente combustible para llegar hasta Bayona. La intención inicial en esta etapa era navegar del tirón hasta La Coruña, pero dadas las condiciones de viento norte desde la salida y a la vista del indicador de combustible, decidimos recalar en Bayona para repostar, pues en el MRCY de Bayona la gasolinera está abierta las 24 horas. 
Nikos, dado que nos estábamos retrasando, decidió cambiar su vuelo de vuelta y bajarse en Bayona.

Aún nos faltaban unas cuantas horas para poder meternos en la Ría de Bayona y dada la pinta que tenía la cosa, preparé la maniobra y desplegué aproximadamente un tercio del génova, cazamos escota y en cuanto puse punto muerto para comprobar cómo andábamos a vela el motor se apagó. Intenté volverlo a encender por si lo había apagado accidentalmente pero no volvió a arrancar. 
Sin duda, con el poco gasoil que quedaba y la escora, se había descebado. Mala cosa. 
Montones de veces he hecho el recorrido entre Cascáis y Bayona, incluso sólo a motor y me extrañó que en este caso nos hubiéramos fundido casi 240 litros en poco más de 36 horas, cuando veníamos consumiendo una media de 4,3 L/h.
Una de dos: o el depósito no tenía realmente capacidad para 240 L, poco probable, o los problemas de respiración del depósito hicieron que almacenase más aire del que ya parecía cuando repostábamos, pues en seguida escupía gasoil. Y eso que lo echaba poco a poco para que asentasen las burbujas.
El caso es que nos quedamos sin motor, con más de 30 nudos de viento de proa y una mar considerable en un barco poco ceñidor.
Por supuesto el piloto automático, en estas condiciones, no resultaba operativo, así que la situación era la siguiente: de noche, gobernando a mano con las condiciones dichas, haciendo un ángulo contra el viento de unos 45-50 grados como mucho. Sin indicador de ángulo de viento, sin poder ver las velas tapadas por la capota, sin sensibilidad en la rueda del timón, pues la trasmisión del timón era mediante servo en vez de sector y guardines, y con una tripu que estaba para pocos trotes. Era gobernar a ciegas y sin tacto, por lo que no se podían coger bien las olas, alguna de las cuales nos ponía mirando a Cuenca con la correspondiente escora y su roción de agua fría por encima, dejándonos casi parados.  Navegando en una zona que parecía un campo de minas, llena de palangres y sabiendo que había que librar los bajos del Lobo de Silleiro, que siempre resultan complicados viniendo desde el sur.
Al cabo de unas horas la situación era bastante descorazonadora, el cansancio ya hacía mella y se me empezaban a agarrotar la espalda y el cuello. Remontábamos penosamente alternando bordadas hacia el mar y hacia tierra. A pesar de todo quiero destacar lo bien que respondió la tripu que estuvo dándole a las escotas y a los winches durante toda la noche sin quejarse. Además, como el gps-plotter (sin cartucho de detalle) estaba dentro, de vez en cuando Nikos tenía que bajar para darme información, con el caos que reinaba en el interior, donde el agua de la sentina desbordaba con la escora, amén de la que entraba por distintos puntos de cubierta.
En vista de lo cual, Nikos tuvo que volver a cambiar su billete de vuelta.
Pensando en todas las posibilidades, en algún momento me plantee dar media vuelta y navegar en popa hasta el puerto más cercano, Viana do Castelo, pero suponía perder unas millas que tanto nos estaba costando remontar, además de que para llegar al puerto de Viana hay que remontar un trozo de río que sin motor es, cando menos, difícil. Así que había que hacer de tripas corazón y tirar para adelante.
Con el amanecer la cosa resultó más fácil, pudiéndole coger el ritmo a las olas la velocidad y el ángulo mejoraron notablemente. Una última bordada para librar los bajos de Silleiro, ya bajo la bonita luz de la mañana y por fin hacia el interior de la Ría de Bayona navegando a un descuartelar-través a toda velocidad.
Toda la noche para ir desde la desembocadura del Miño hasta la entrada de la Ría de Bayona, unas 19 millas en línea recta. De vez en cuando la mar nos recuerda con quien estamos tratando.

Fondeamos a vela en la dársena de Bayona con intención de cebar el motor con el fondo de gasoil que quedaba, pero el cansancio  hizo que no encontrara el cebador, que si llega a ser un perro me muerde, pues lo tenía delante. Levamos ancla y a vela atracamos en el pantalán de espera del M.C.Y. de Bayona, donde fuimos a por un bidón de gasoil y Jesús, que si encontró el cebador, consiguió cebarlo y al primer intento arrancó. Nos dirigimos a la gasolinera y después a un amarre.

Nikos primero y Jesús más tarde, desembarcaron en Bayona pues se les había echado el tiempo encima. A última hora de la tarde volvió a embarcar Jose Manuel  acompañado de su sobrino Aaron. Había que descansar y zarparíamos de nuevo a la mañana siguiente para atacar el último tramo hasta La Coruña, no sin antes darnos un homenaje con una magnífica cena.

El sábado hizo un día magnífico y la predicción era totalmente distinta a lo que nos habíamos encontrado el jueves. Mar llana, como pocas veces, con brisas del NW que irían rolando al W. Perfecto para rematar una travesía con cansancio acumulado.
Salimos de la Ría de Bayona por el canal de Estelas, que la une a la Ría de Vigo, rumbo a pasar por dentro las Islas Cíes, que estaban resplandecientes. Más tarde, dejando las Islas Ons, Onza y Sálvora por estribor, abrimos el rumbo para librar los bajos de Corrubedo, a ojo.

Había una ligera bruma, provocada por la fresca brisa del NW, pero un día espléndido y tranquilo que nos permitió navegar despreocupadamente. Cuando tuvimos el faro de Corrubedo por el través apuntamos ya hacia Cabo Finisterre que poco a poco  fue haciéndose grande por nuestra proa.
El Cabo presentaba la estampa de no haber roto un plato, más arriba del cual se notó un poquito más la marejadilla, pero lo más destacable al atardecer fue el grado de humedad, cada vez más alto, que hizo aconsejable el traje de aguas para la noche.

Empezó a anochecer al paso de Cabo Villano y a primera hora de la madrugada doblamos la última esquina, Islas Sisargas, para poner rumbo a la luz de la Torre de Hércules que nos hacía guiños desde la lejanía. 
En ese tramo, bajo el foco de la luna, aumentó la brisa que, entrando por la aleta de estribor, nos permitió desplegar el génova y navegar rápidos hacia nuestro destino. Parecía que el “Percheo” tenía prisa por llegar a casa.

A eso de las cinco de la madrugada nos adentramos en la Ría de La Coruña, coincidiendo con la salida de un petrolero, dos remolcadores y el barco del práctico.
Una novedad que me extraño un poco, la nueva señalización a la entrada del Puerto de La Coruña, en el extremo del espigón, donde además del la tradicional farola verde han colocado un luminoso verde chillón que se enciende y apaga formando un arco, dando la sensación de que llegas a un puticlub.

Y, por fin, a las seis amarrábamos en la marina de Oza, al fondo de la Ría de La Coruña, dando por finalizada una laboriosa travesía, muy agradable en su conjunto, salvo quizá por la primera noche y sobre todo la penúltima que ahora ya quedan como una de esas singularidades por las que se recuerdan las travesías.

Gracias a la tripulación: Jose Manuel, Jesús, Carmela, Nikos y Aron con los que siempre da gusto compartir millas y a mi hermano, que nos resultó de buena ayuda en la escala de Almería.

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