Cabo mítico desde los inicios de la navegación a vela, sigue sumando con cuenta gotas el número de “caphorniers” gracias a las grandes regatas oceánicas, aún así muchísimos menos de los que han ascendido al Everest.
Por su leyenda, por sus peculiares circunstancias y porque, pasando en su sentido natural (de oeste a este), significa abandonar las duras condiciones del gran sur, supone gran alegría y celebración para los navegantes que rara es la vez que dejan de retratarse a su paso y seguir la tradición de fumarse un puro y dar un trago de güisqui o ron, ofreciéndole otro a Neptuno.
Aún así, desmitificándolo un poco, según palabras de un navegante que lo ha pasado cinco veces (hubieran sido seis si en la edición que fue patrón del Delta Lloyd no hubieran roto el barco), Chuny Bermúdez de Castro: “A veces es más difícil pasar Finisterre que el Cabo de Hornos”.
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