domingo, 21 de septiembre de 2014

ULTIMAS MILLAS DE SEPTIEMBRE

Nunca  pensé que diría esto, pero estoy algo saturado de barcos, sin embargo no tanto de navegar, aunque un poco también.

La temporada estival, que comenzó en Junio, ha estado plagada de salidas cortas por la Ría de Ares, Ferrol y Coruña, con algunas pequeñas travesías tanto hacia el norte (Ría de Cedeira), como hacia el sur (Costa da Morte y Rías Baixas), pero siempre por aguas archiconocidas para mí, lo que reduce bastante el estímulo, no obstante…
Quizá estas hayan sido las últimas millas de la temporada del Marola IV, las que nos llevaron durante tres días por las Rías Medias de la Costa da Morte gallega.
Aún con una predicción meteorológica algo inestable tuvimos bastante suerte, días calurosos con suaves brisas y una mar llana como pocas veces se ve por aquí.

El sábado por la mañana zarpamos del Puerto de Sada hacia la boca de la Ría para arrumbar hacia las Islas Sisargas. Una buena brisa del norte nos permitió durante la mañana navegar de través a buena velocidad, perseguidos por la popa por una formación de cumulonimbos  que podrían suponer tormenta.

El viento se vino abajo al paso por las islas y continuamos con motor y mayor hacia la Ría de Corme y Laxe.
En esta época del año se sigue viendo cierto tráfico de veleros, básicamente extranjeros. Antes del cabo del Roncudo alcanzamos a un ketch francés de un navegante solitario que bajaba lentamente y en cuanto libramos los bajos que se encuentran frente al cabo y pusimos rumbo a Laxe el francés siguió nuestra estela.

Llegamos al magnífico fondeadero entre la playa y el Puerto de Laxe, donde ya había fondeados otros dos veleros, uno alemán, también de un solitario, y otro francés. Al poco arribó el ketch, todos, en su estilo, barcos preparados para la navegación de altura.
La tarde quedó magnífica, cálida y calma, invitando a darse un baño en las frescas aguas del fondeadero. Se respiraba tranquilidad, sólo las voces de algunos niños y familias que llegaban desde la playa y la rampa del muelle. Apenas el leve romper del agua en la costa.

Más tarde desembarcamos los tres con la neumática en la rampa del puerto para darnos una vuelta por el marinero pueblo de Laxe (otrora “Portozás” J) y cenar unos percebes como “carallos de home” del Roncudo.
De noche, de vuelta a bordo y tras agitar el “ardora” con el dingui, no pude evitar quedarme un buen rato en cubierta. La brisa había rolado al SE, como habían anunciado en el parte, cálida, con olor a tierra y a verde.
Por una banda las luces del pueblo y el destello verde de la luz del espigón que protege el puerto por el norte, por la otra una luna recién salida, menguante y ocasionalmente velada por alguna nube que llegaba del sur, pero que dejaba su estela brillante en el  agua, y por la amura de babor las luces de fondeo de los otros tres veleros.
A la mañana siguiente, tras el desayuno y algún pequeño chubasco, dejamos el fondeadero, en el que sólo quedábamos dos de los cuatro barcos, para dirigirnos a la vecina Ría de Muxía y Camariñas. Al dejar por babor el faro de Punta Laxe arreció el viento del SE, permitiéndonos navegar en una cómoda ceñida, sólo con el génova pero haciendo entre 7 y 8 nudos de velocidad, a  rumbo directo hacia Cabo Vilán.

Al adentrarnos en la ría pusimos en principio proa hacia Muxía, que nos recibía con una humareda de bombas de palenque, ya que eran las fiestas de La Virgen de la Barca.
Cerca de la bocana del puerto estaba  uno de los barcos con los que compartimos fondeadero la noche anterior, el solitario alemán.
Los pantalanes del puerto deportivo de Muxía están muy bien, es un amarradero altamente recomendable, excepto los días de las fiestas de la Virgen (mediados de septiembre).
Bajamos a tierra en busca de un sitio para comer, pero era tal el bullicio de gente y ruido que volvimos a bordo a comer y por la tarde decidimos irnos a Camariñas, justo enfrente, en la otra orilla de la Ría.


Al llegar a la dársena del puerto había otros dos barcos fondeados, un holandés y el ketch francés. Dado que las cabeceras de los pantalanes estaban ocupadas y las pocas plazas que quedaban libres eran pequeñas, fondeamos muy cerca, cuidando de dejar libre tanto el canal de entrada hacia la dársena de los pequeños pesqueros como a la zona de los grandes arrastreros y los deportivos del náutico de Camariñas.

Enfrente, el fondo de la Ría, con sus bosques verdes llegando hasta el mar, sin apenas construcciones. Muy bonito.
Cayó otro baño, el jefe nunca perdona, y a última hora bajamos el dingui al agua y fuimos a tierra a tomar una cerveza y cenar, esta vez unas buenísimas navajas y una deliciosa caldeirada de raya. En cuanto a las cenas, la verdad, no hay queja J
En el restaurante, la elección del vino provocó que entablásemos conversación con una agradable pareja de alemanes que hablaban un perfectísimo castellano, muy de agradecer.
Sobremesa, brindis de despedida con aguardiente de hierbas, ¡”Prost”!, y retirada al barco.

De nuevo en cubierta con la brisa cálida, esperando la salida de la luna en su juego del escondite con las nubes y después al catre.
 Al poco me despertó el ruido de lluvia en la cubierta, me levanté para cerrar algunas escotillas, sin embargo enseguida paró y antes de acostarme volví a abrir el portillo de mi camarote.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que el agua sobre mi cara volvió a despertarme y cerré mi portillo. Pronto el calor me hizo salir con unas colchonetas y el saco a dormir a cubierta, bajo la toldilla de la bañera, donde se estaba mucho más agradablemente. Unos cuantos chubascos fuertes más cayeron esa noche, pero ya cansado me limité a encogerme en mi saco y a dormir, al fin y al cabo sólo era agua.

Cuatro gotas cayeron durante el desayuno pero poco a poco fue abriendo dejándonos una magnífica mañana con buen viento del SE que nos empujaría durante todo el día de vuelta.
En popa cerrada y a orejas de burro salimos por el canal entre el bajo de las Quebrantas y tierra, antes de trasluchar para pasar pegados al cantil de Cabo Vilán, por dentro de la piedra del Bufardo.

El Faro de Vilán, como siempre, majestuoso e imponente aún en los días tranquilos.

En esta costa, el inusual viento SE viene de tierra y aunque sople no llega a hacer ola, por lo que las condiciones de navegación fueron espléndidas, mar rizada, una casi inapreciable mar de fondo del NW, viento entre 12 y 17 nudos entrándonos por la aleta al principio, del través después  de las Islas Sisargas, permitiéndonos hacer una velocidad que oscilaba entre los 6 y los 9 nudos.


El cielo se fue cubriendo al mediodía, pero la temperatura permaneció cálida.
Comimos al paso de las islas y a continuación la hora de la siesta para dos tercios de la tripulación, es decir, disfrutando solo en cubierta de la placentera navegación, con la proa ya apuntando a la Ría de Ares, a algo menos de 20 millas, mientras  por la popa se alejaban las Islas Sisargas.

Entre Sabón y la Torre de Hércules unas maniobras de Salvamento Marítimo,  al tiempo que por la proa se distinguían algunos chubascos aislados.
Pasada la torre coruñesa el viento se vino abajo definitivamente y nos adentramos a motor en la Ría, que más parecía un lago, arribando al Puerto de Sada a las seis de la tarde.

Sólo cuando ya estuvimos amarrados nos cayó un chubasco, pero eso no enturbió el buen recuerdo de las que fueron, posiblemente, últimas millas de septiembre para el Marola IV.

No así para mí, que la próxima semana, seguramente, saldré hacia Lisboa, pero eso será ya otra historia.

P.D.: No encendimos ni una sola vez el generador...

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