miércoles, 12 de septiembre de 2012

POR LAS ISLAS CANARIAS

El lunes amaneció un buen día en el puerto de Santa Cruz.
Tras una agradable estancia en La Palma y después de haber cambiado las baterías de a bordo y hecha una pequeña compra de víveres, dejamos la isla, ya con el nuevo tripulante.

Un buen viento de la aleta nos empujaba hacia la vecina Isla de La Gomera, que las nubes que llegaron con los Alisios se empeñaban en ocultar.

Con todo el trapo arriba, el barco volvía a navegar alegre con ganas de seguir haciendo millas y visitar nuevas islas.
No tardó en aparecer por la proa la impresionante mole escarpada que es la costa norte de la Isla de La Gomera, a pesar de la mala visibilidad, con las nubes enganchadas en sus cumbres.
Nos acercamos bien a la costa para contemplar “los órganos”, formación basáltica digna de ver, a partir de donde fuimos recorriendo la costa este de la isla para ir hacia el puerto de San Sebastián de La Gomera.

Poco antes de llegar, entre las puntas de Avalo y de San Cristóbal, el viento alcanzó los 40 nudos, desapareciendo, no obstante, en la bocana del puerto de San Sebastián, donde hacía un calor importante.

 Esa tarde la dedicamos a recorrer la pequeña pero acogedora población de San Sebastián, donde Colón hizo su ultima aguada antes de zarpar hacia las Américas.

Al día siguiente hicimos un tour por la isla, guiados por Lito que nos mostró desde el espectacular Parque Nacional de Garajonay, con su “lluvia horizontal”, inmerso en el mar de nubes traídas por el Alisio, antes de que ocurriese el lamentable incendio que sufrió este verano. Pasando por el no menos espectacular Valle del Gran Rey.

Impresionante la orografía de estas islas con su diversidad de paisajes y vegetación.

Antes del siguiente amanecer abandonamos La Gomera con rumbo al sur de Tenerife, con intención de cruzar el canal hacia el SW de Gran Canaria. Algo de viento al principio que sin embargo cesó por completo en las costas del sur de Tenerife, donde pudimos disfrutar de la compañía de una manada de ballenas piloto.
Un cielo encapotado sobre la Isla de Tenerife no nos dejó ver la cumbre del omnipresente Teide.
En cuanto doblamos Punta de la Rasca, como su nombre bien indica, comenzó la rasca de viento, que se acentuó en pleno canal entre las islas de Tenerife y Gran Canaria, como esperábamos, llegando en algún momento a los 35 nudos del través.
Con la mar de fondo por el través y una mar del viento que se iba haciendo notar, el Proteína, con media mayor y la trinqueta navegaba rápido y acompasado, siguiendo el ritmo de las olas.

La mar y el viento alcanzaron su máximo apogeo poco más allá de pasada la mitad del canal, pero en algunos momentos el viento parecía tomarse un ligero respiro, para volver a soplar con fuerza.
En ocasiones no es fácil precisar el tiempo que debe transcurrir tras un cambio de intensidad del viento antes de reducir o aumentar trapo. Esperas hasta decidir reducir vela, lo haces y justo al acabar la maniobra Murphy hace que baje el viento. Un tiempo después hace lo mismo pero al revés. Pasa a menudo y así fue en un par de ocasiones.

Los rociones frescos te hacen recordar que estás en el Atlántico, pero el cálido alisio lo compensa bien, sin llegar al punto de dejar de lado el traje de aguas.
Cerca ya de la también escarpada costa oeste de Gran Canaria, cuando acababa de arreciar el viento, este roló y amainó casi hasta los 15 nudos, aunque la mar tardó más en hacerlo. Trasluchamos y arrumbamos hacia el Puerto de Mogán, al SW de Gran Canaria.
A pesar de que el armador había llamado por teléfono al puerto el día anterior, y de que volvimos a hacerlo por el VHF tiempo antes de llegar, al arribar a la bocana nos tuvieron esperando un rato, para decirnos luego que ya no había amarres… Finalmente nos pusieron en el muelle bajo las oficinas de la capitanía del puerto.
Una gaviota se posó “amenazadoramente” en el tope del mástil.
¿No se ve bien? Ahí está, amenazando con “disparar” en cualquier momento… :-) como una espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas.
A la mañana siguiente salimos, navegando a motor pues no había nada de viento, con rumbo al sur de la isla, pero en cuanto doblamos el Cabo de Maspalomas la cosa cambió.
Empezó a zumbar fuerte el viento de proa y para poder remontar la costa Este debimos ir dando bordadas, a pesar de ir a motor aunque ayudados por media mayor.
Frente a Arinaga se nota que es una zona en la que es habitual que sople fuerte el viento, por la concentración de molinos de energía eólica y windsurfistas avezados.

Desde ahí hasta la punta de Gando es posiblemente la parte más ventosa de la isla, donde el viento se encañona habitualmente el norte.
Más arriba las condiciones se fueron suavizando y pronto navegábamos por delante de Las Palmas de Gran Canaria hasta entrar en el Puerto de la Luz, donde terminaba la travesía y donde quedaría el Proteína.

Aún pasaríamos un par de días en Las Palmas, aprovechando para dar una pequeña vuelta por la isla y sacar al Proteína del agua en las instalaciones del Real Club Náutico de Gran Canaria, un club con gran tradición de medallistas y mundialistas de vela ligera y crucero, donde nos trataron estupendamente.
Allí se le cambiaron los grifos de fondo al Proteína, que estaban en muy mal estado.

Menos mal que aguantaron hasta el final, pues la rotura de cualquiera de ellos en pleno Atlántico hubiese sido un problema gordo.
Pero afortunadamente todo fue bien y la travesía resultó de lo más agradable.
Gracias y saludos pues a la tripulación del “Paternina”: Manuel, Lito, José Luís y Fernando.

sábado, 8 de septiembre de 2012

DE GALICIA A LAS CANARIAS. Sada – Santa Cruz de La Palma

Algo más de 1.200 millas recorrimos desde La Coruña hasta Las Palmas de Gran Canaria, haciendo una recalada en Lisboa, navegando hasta la Isla de La Palma, saltando después hasta La Gomera y al sur de Gran Canaria pasando por el sur de Tenerife hasta arribar finalmente a Las Palmas.

El barco: un Bavaria 46, el “Proteína 65”. La tripulación la formamos Manuel, Lito, José Luís y un servidor (más tarde, en La Palma, se incorporaría Fernando).

Zarpamos desde el Puerto de Sada un viernes por la tarde, después de esperar el paso de un frente de lluvias y viento del SW que dejaría tras de si mar algo agitada y vientos predominantemente de proa que irían rolando al oeste al principio y al noroeste y norte más adelante.
Mención especial del tripulante José Luís, ya que era la primera ocasión que se embarcaba en un velero, por lo que dadas las condiciones a lo largo de la costa gallega, tuvo que echar mano de toda su voluntad y resistencia hasta que se adaptó a la mar y al barco. Sólo decir que tardó cinco días en animarse a dormir bajo cubierta durante la navegación…
Así las cosas nos repartimos las guardias entre tres tripulantes, haciendo durante la noche tres guardias de un tripulante y tres horas de duración cada una, de forma rotatoria.
De la primera singladura, por aguas gallegas, poco que reseñar. El sol hizo tímida aparición sólo al paso por Islas Sisargas, poco antes de volver a ocultarse por el horizonte y desde Cabo Fisterra pusimos ya rumbo directo a las Islas Faralhoes, a media latitud de la costa de Portugal.

Durante la mañana del sábado, ya en aguas portuguesas, primera visita diurna de los delfines.
La mar se calmó y el suave viento del oeste fue rolando poco a poco al norte, permitiéndonos ya navegar a orejas de burro con mayor y génova atangonado al principio. 
Por la tarde el viento fue animándose e izamos también la trinqueta, mi combinación preferida. Vela esta que nos dio muy buen juego durante toda la travesía.

Durante esa segunda jornada de navegación el viento fue arreciando por la popa, permitiéndonos patinar rápidos rumbo al sur.
Por la noche, en vista de que el viento y mar siguieron aumentando, recogimos la vela mayor, navegando pues con trinqueta y génova atangonado en orejas de burro, con lo que hacíamos unos buenos ocho nudos de velocidad.
El hecho de que José Luís durmiese en bañera hacía que, al menos en parte, compartiese guardia con cada uno de nosotros, echando una mano en las maniobras o dando conversación.
En la mañana del domingo avistamos ya, por la amura de babor las Islas Faralhoes y detrás las Berlengas.

 Generalmente paso entre Cabo Carvoeiro y Berlengas, o bién muy por fuera de Faralhoes, pero en esta ocasión pasamos por fuera pero próximos a las islas, siempre espectaculares, envueltas en cierto halo de misterio.
Con mar algo formada viramos unos grados a babor y navegamos con trinqueta y génova por la misma banda rumbo a Cabo da Roca. Más tarde el viento se fue un poco a la popa y gracias a la presión nos permitió navegar a orejas de burro, con ambas velas de proa, pero sin atangonar.
A primera hora de la tarde arribamos a la Marina de Cascáis, justo 48 horas después de zarpar de Sada.


Había buen ambiente, debido a los barcos participantes en las distintas categorías de la Tall Ships Race, entre ellos el precioso Clase J “Endeavour”.
Fuera, en la bahía, iban fondeando los grandes buques escuela, en una estampa que te remontaba a los años dorados de la navegación a vela.

A la mañana siguiente dejábamos Cascáis, con un buen viento del Norte, a rumbo directo hacia la Isla de La Palma, mientras, por nuestra popa se hizo a la vela uno de los grandes veleros. Todo un espectáculo ver navegar uno de estos barcos con viento y casi todo el trapo desplegado. Lástima de no tener una buena cámara o al menos un buen objetivo.


Un poco después izamos también la trinqueta, combinación que aguantamos todo el día en unas condiciones de viento, mar y sol perfectas para la navegación.



Un dato curioso, el “Proteína” tenía lavavajillas… pero no penséis en un electrodoméstico, sino que se trataba de una bolsa hecha con red, donde se introducía la vajilla y cubertería, se le amarraba un cabo y lo lanzábamos por la popa. Después de un rato a remolque a buena velocidad se recogía todo perfectamente limpio, con el consiguiente ahorro de agua dulce y trabajo.

A la puesta de sol, la mar había aumentado ligeramente, pero no mucho.

No obstante, para la noche, dado que el viento se fue a la popa arreciando sensiblemente, optamos por recoger la mayor y navegar con la trinqueta y el génova atangonado, más que nada por comodidad.
Al amanecer el viento fue languideciendo paulatinamente hasta quedarse en un soplo.
Mientras el sol se alzaba por el horizonte, una sorpresa. Un calamar había quedado varado sobre cubierta durante la noche, como si de un pez volador se tratase.

La leve brisa matutina obligó a que cambiásemos las dos velas de proa sólo por el spi asimétrico, que con gran esfuerzo al principio tiraba mal que bien del barco.
Según se iba calentando el aire, la presión del viento aumentaba, así que acompañamos al spi con la vela mayor. Más tarde aún izaríamos también la trinqueta y el resto del día navegamos de nuevo en condiciones ideales de mar suave y buena brisa con la que el Proteína patinaba alegre sobre la superficie del agua.

Al anochecer sustituimos el spi asimétrico por el génova atangonado, para evitar problemas durante las guardias.

A la mañana siguiente una nueva sorpresa, otro calamar yacía sobre cubierta… En la zona de los Alisios es bastante normal que peces voladores aparezcan en la cubierta, pero nunca lo había visto con calamares. Ese mismo día fuimos testigos de otros dos calamares que pillamos in fraganti alzando el vuelo sobre las olas propulsados por sus chorros de tinta, sin duda escapando de algún depredador.

A esas alturas de travesía ya se tenía la sensación de estar navegando en pleno Atlántico, instalados en los Alisios de NE que en esta época arrancan en latitudes bien altas. Una vez que ya se entablaron estos, fueron in crescendo. Normalmente con una intensidad de 20 nudos, subiendo a 25 y llegando a 30 nudos, por lo que la mar también crecía.
Desde el azul intenso con crestas blancas y destellos color esmeralda, pasando por el añil oscuro o grafito al atardecer, hasta el negro rugiente por las noches, el mar mostraba a lo largo del día un montón de colores y tonalidades. En cualquier caso, un espectáculo en constante movimiento con el que puedes pasarte horas sólo mirándolo y no cansarte.

Navegando siempre con el viento y la mar de popa, prácticamente con la misma configuración vélica: Mayor, trinqueta y génova atangonado cuando el viento rondaba los 20 nudos, sólo trinqueta y génova atangonada cuando superaba los 25 y reduciendo un poco la génova cuando llegaba a los 30.
En ocasiones parecía que las olas que nos alcanzaban por popa nos iban a engullir, pero el Proteína escapaba arrancándose en veloces planeos que al cabo de todo el día nos hacía mantener una muy buena media de velocidad en dirección a la Isla Bonita.

Una vez al día el armador comunicaba a través del teléfono satelital con el enlace en tierra, para dar nuestra posición y el parte de incidencias si las había.

La cuarta noche, desde que abandonamos Portugal, fue algo movida. Durante el amanecer nos alcanzó un frente nuboso, con más viento y mar más crecida, tornándose más amenazadora y oscura. De hecho, durante mi guardia de la quinta noche, fue la primera vez que me puse el arnés, pues la ocasión lo merecía. Hacía un par de días que José Luís ya dormía abajo, en el salón pero en el interior, por lo que las guardias eran de uno.



Navegábamos entre Madeira y las Islas Salvagem, más cerca de estas últimas, y aún escuchábamos por el VHF a Finisterre Radio y Roca Control, lo que es bastante sorprendente y dice mucho de la radio Sailor de a bordo.

 En la quinta jornada, con el cielo encapotado, poco a poco mar y viento fueron amainando y volvimos a desplegar todo el velámen.
Para entonces la vida a bordo ya se había convertido en una rutina, con sus guardias, el aperitivo de la meridiana, la comida, siestas, lectura, música, charlas, que casi siempre terminaban en discusiones sobre algún tema polémico, de esos que no conviene tratar en un barco, básicamente política o religión, generalmente traídos de la mano del no siempre ponderado y pasional Lito, aficionado a la "provocación" a la que José Luís siempre entraba al trapo, pero de las que al final los cuatro acabábamos formando parte.
Rutina que se completaba con alguna maniobra con las velas y el encendido diario del motor para cargar baterías, las cuales daban muestra cada vez mayor de su agotamiento.

A última hora del quinto día (siempre contando desde Cascáis), a pesar de haber una visibilidad no demasiado buena, avistamos ya, por la amura de estribor, la Isla de La Palma, que por su gran altura se puede divisar a gran distancia.
Ya de noche, al irnos acercando, se distinguían las tenues luces de sus pueblos que descendían por las laderas de la isla como ríos de lava incandescente.
Con buen viento enfilábamos hacia la luz verde de la punta del espigón del Puerto de Santa Cruz de La Palma, delante del cual se juntó a la maniobra de arriado de velas y preparación de amarras y defensas, la salida de un Ferry nocturno junto con un remolcador que salía a recibir a un mercante que arribaba en ese momento. No es que haya mucho tráfico en ese puerto, pero a pesar de lo tardío de la hora, Murphy lo organizó así.
Finalmente amarrábamos en los pantalanes de la nueva y casi vacía Marina de La Palma. No recuerdo bien si era viernes o sábado noche, pero la música de los bares del puerto no hacía presagiar un buen descanso, así que una vez arranchado el barco decidimos celebrar el final de esta segunda parte de la travesía con una buena cerveza fría en una de sus terrazas.
Habíamos recorrido unas 736 millas desde Cascáis y 1.060 millas desde Sada, con una media de velocidad magnífica, de siete y pico, casi ocho nudos. ¡Bravo por el Proteína!

En La Palma permanecimos hasta el lunes y allí se incorporó un nuevo tripulante que voló desde La Coruña, Fernando, y que nos acompañaría en la travesía entre las islas.
Tuvimos tiempo de circundar y recorrer la Isla por sus enrevesadas curvas que bordeaban barrancos escarpados, degustar las especialidades gastronómicas, así como pasear por las tranquilas calles de Santa Cruz.